El Precio de un Deseo - Parte 3

 



La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas de seda, dibujando l铆neas doradas sobre el cuerpo desnudo de Luc铆a. Se movi贸 entre las s谩banas arrugadas, sintiendo el dolor dulce entre sus muslos, el eco de las manos de Roberto a煤n grabado en su piel. El olor a sexo y sudor se mezclaba con el perfume de las velas ya apagadas. 

Elena estaba sentada en el borde de la cama, vestida s贸lo con una bata de sat茅n que se abr铆a para revelar sus peque帽as pero firmes curvas. Sus dedos trazaban c铆rculos hipn贸ticos sobre el vientre de Luc铆a. 

—Despierta, semillita —susurr贸, inclin谩ndose hasta que su aliento caliente roz贸 los labios hinchados de la joven—. Hoy es un d铆a importante. 

Luc铆a parpade贸, confundida, mientras los eventos de la noche anterior regresaban a ella en oleadas de verg眉enza y excitaci贸n. 

—¿Qu茅... qu茅 hora es? —su voz son贸 ronca, usada. 

—Tiempo de cumplir tu prop贸sito —Roberto apareci贸 en la puerta, completamente desnudo, su cuerpo musculoso ba帽ado en la luz matinal. Llevaba en las manos unas cintas de seda que brillaban suavemente—. Lev谩ntate. 

Elena ayud贸 a Luc铆a a sentarse, sus manos expertas palpando cada cent铆metro de su piel como si estuviera evaluando un bien preciado. 

—Tienes las caderas perfectas para parir —murmur贸, apretando la carne all铆—. Roberto, mira c贸mo florece. 

脡l se acerc贸, su erecci贸n ya prominente, rozando el brazo de Luc铆a mientras examinaba su cuerpo con ojos de due帽o. 

—En la mesa —orden贸, se帽alando el mueble bajo junto a la ventana donde Elena hab铆a dispuesto almohadones y m谩s cintas—. Quiero ver toda tu belleza bajo la luz del d铆a. 

Luc铆a tembl贸, pero obedeci贸. Cada movimiento le recordaba la posesi贸n de la noche anterior, c贸mo su cuerpo hab铆a respondido contra su voluntad. 

Elena la gui贸 hasta la mesa, acost谩ndola sobre los almohadones que ol铆an a lavanda y algo m谩s especiado. 

—Las manos primero —dijo Roberto, entreg谩ndole las cintas a Elena. 

Los dedos expertos de la mujer mayor ataron las mu帽ecas de Luc铆a a las patas de la mesa, con nudos firmes pero que no lastimaban. 

—¿Esto... esto es necesario? —pregunt贸 Luc铆a, sintiendo c贸mo su respiraci贸n se aceleraba. 

Roberto sonri贸 mientras Elena comenzaba a atar sus tobillos. 

—Todo es necesario —su mano grande palme贸 la parte interna de su muslo, haci茅ndola estremecer—. El cuerpo debe estar abierto, receptivo. Las ataduras ayudan a... relajar. 

Elena termin贸 su trabajo y retrocedi贸 para admirar a Luc铆a extendida como un banquete. 

—Magn铆fica —susurr贸, mordiendo su propio labio inferior—. Roberto, prep谩rala. 

脡l se coloc贸 entre las piernas abiertas de Luc铆a, sus manos acariciando desde los tobillos hacia arriba con una lentitud tortuosa. 

—Elena dice que los orgasmos aumentan las chances —explic贸, mientras sus dedos rozaban el vello p煤bico de Luc铆a—. As铆 que hoy no ser谩 como anoche. Hoy ser谩s bien atendida. 

El primer toque de sus dedos en sus labios hinchados hizo que Luc铆a arqueara la espalda. 

—Shhh —Elena se inclin贸 sobre ella, tomando un pez贸n entre sus dientes con suavidad—. Deja que te hagan sentir bien. 

Roberto trabaj贸 con una precisi贸n cient铆fica, encontrando ese punto sensible que hac铆a gritar a Luc铆a, explot谩ndolo una y otra vez mientras Elena jugaba con sus pechos. 

—Mira c贸mo moja tus dedos —Elena gui贸 la mano libre de Roberto hacia su propia boca, chupando los dedos empapados—. Dulce. Como miel. 

Luc铆a gem铆a ahora, perdida en la sensaci贸n de estar completamente a merced de estos dos depredadores que parec铆an conocer su cuerpo mejor que ella misma. 

—Por favor... —no sab铆a qu茅 ped铆a, s贸lo sab铆a que necesitaba m谩s. 

Roberto respondi贸 introduciendo dos dedos en ella, doblando los nudillos para encontrar ese lugar interno que hizo ver estrellas. 

—Aqu铆 —gru帽贸 satisfecho cuando ella grit贸—. Aqu铆 es donde se planta la semilla. 

Elena observaba fascinada, una mano entre sus propias piernas, frot谩ndose al ritmo de los dedos de Roberto dentro de Luc铆a. 

—Hazla venir —jade贸—. Quiero ver su cara cuando pierda el control. 

Roberto aument贸 el ritmo, su pulgar encontrando el cl铆toris mientras su boca descend铆a sobre un pez贸n, mordiendo con suficiente fuerza para hacer llorar a Luc铆a de placer. 

—Vas a venir para nosotros —orden贸, la voz ronca—. Vamos, princesa, su茅ltate. 

El orgasmo la golpe贸 como un maremoto, sacudiendo su cuerpo atado con tal intensidad que las l谩grimas brotaron de sus ojos. Elena captur贸 sus gritos con un beso profundo mientras Roberto continuaba moviendo los dedos, prolongando la agon铆a dulce. 

—Eso es —murmur贸 Elena contra su boca—. As铆 de bien se siente cumplir tu destino. 

Cuando Luc铆a volvi贸 a s铆 misma, jadeando, Roberto ya se posicionaba entre sus piernas, su erecci贸n imponente brillando con aceite que Elena hab铆a vertido. 

—Ahora la parte importante —dijo, aline谩ndose—. Elena, gu铆ame. 

La mujer mayor se coloc贸 detr谩s de Roberto, sus manos sobre sus caderas, como una sacerdotisa dirigiendo un ritual antiguo. 

—Despacio al principio —susurr贸 al o铆do de su esposo—. Quiero que sienta cada cent铆metro. 

Roberto obedeci贸, penetrando a Luc铆a con una calma agonizante que la hizo gemir. Elena observaba donde sus cuerpos se un铆an, fascinada. 

—M谩s profundo —orden贸—. Tiene que tomar todo. 

El ritmo se intensific贸, cada embestida calculada para maximizar el placer y, Luc铆a lo supo, las chances de concepci贸n. Elena no dejaba de hablar, palabras sucias y alentadoras que alimentaban el fuego. 

—M铆rala, Roberto —jade贸—. Mira c贸mo tu putita f茅rtil se abre para tu semilla. 

Luc铆a nunca hab铆a escuchado lenguaje tan vulgar, pero en lugar de ofenderla, las palabras la excitaban m谩s. Descubri贸 con horror y fascinaci贸n que le encantaba ser usada as铆, reducida a su funci贸n reproductiva, convertida en un objeto de placer y prop贸sito. 

Roberto cambi贸 el 谩ngulo, levantando sus caderas sobre sus muslos para penetrar m谩s profundo a煤n. 

—Aqu铆 —gru帽贸—. Aqu铆 es donde te llenar茅. 

Elena se inclin贸 para tomar los pechos de Luc铆a, masaje谩ndolos con fuerza. 

—Ven con ella —orden贸—. Quiero verte perder el control. 

El orgasmo de Roberto fue un espect谩culo de gru帽idos y temblores, su cuerpo arque谩ndose mientras derramaba su semilla en lo m谩s profundo de Luc铆a. Elena lo observ贸 todo con ojos hambrientos, su propia mano trabajando fren茅ticamente entre sus piernas. 

Cuando termin贸, Roberto se retir贸, revelando c贸mo su esencia ya comenzaba a gotear. Elena no perdi贸 tiempo, recogiendo el l铆quido con dos dedos y llev谩ndoselo a la boca con un gemido de placer. 

—Perfecto —susurr贸—. Ahora descansa, Luc铆a. Ma帽ana repetiremos. 

Y mientras desataban sus miembros entumecidos, Luc铆a supo que volver铆a. No por el dinero, no por la promesa de seguridad, sino por esto: el 茅xtasis de ser usada para el prop贸sito m谩s primitivo de todos. 

Cuatros horas despu茅s: La maleta abierta sobre la cama parec铆a un animal hambriento, devorando a pu帽ados las pertenencias de Luc铆a. Blusas, pantalones, recuerdos insignificantes que ahora adquir铆an un valor desesperado. Sus manos temblaban al doblar cada prenda, los dedos torpes como si estuvieran saboteando su propia huida. 

—No puedo quedarme —murmur贸 para s铆 misma, como si necesitara escuchar las palabras en voz alta para creerlas—. Esto no est谩 bien. 

Pero el eco de su voz sonaba falsa incluso en sus propios o铆dos. Porque sab铆a, en alg煤n lugar profundo y vergonzoso de su ser, que lo que no estaba bien era cu谩nto anhelaba volver a esa casa, a esas manos, a esa boca. 

El timbre son贸 justo cuando cerraba la cremallera de la maleta. Un sonido agudo, intrusivo, que le hel贸 la sangre. 

—Luc铆a. —La voz de Roberto a trav茅s de la puerta era como un latigazo—. S茅 que est谩s ah铆. 

Ella contuvo el aliento, como si con silencio pudiera volverse invisible. Las persianas estaban bajadas, las luces apagadas. Tal vez si no respond铆a, 茅l pensar铆a que no estaba... 

—Abre la puerta, princesa. —Esta vez el tono era m谩s bajo, m谩s peligroso—. Antes de que la rompa. 

Luc铆a trag贸 saliva. Lo conoc铆a lo suficiente para saber que no era una amenaza vac铆a. 

La cerradura cedi贸 con un clic que le reson贸 en los huesos. Roberto estaba all铆, vestido de negro, el cabello revuelto como si se hubiera pasado las manos incontables veces. Ol铆a a whisky y a ira contenida. 

—¿Ad贸nde crees que vas? —pregunt贸, entrando sin invitaci贸n, su mirada recorriendo la maleta con desprecio. 

—Lejos de aqu铆 —logr贸 decir Luc铆a, retrocediendo—. De ti. De todo esto. 

Roberto cerr贸 la puerta de una patada. El sonido hizo que Luc铆a saltara. 

—Mentira —avanz贸 hacia ella, cada paso calculado—. No quieres irte. 

—¡No sabes lo que quiero! —esta vez fue un grito, cargado de dos semanas de confusi贸n y culpa. 

Roberto se ri贸, un sonido seco y sin humor. 

—Lo s茅 mejor que t煤 —agarr贸 su mu帽eca con una fuerza que har铆a moret贸n, tirando de ella hasta el centro de la habitaci贸n—. Porque cada vez que te corro, mojas como una putita en celo. 

Luc铆a intent贸 liberarse, pero su resistencia era un teatro que ambos conoc铆an. 

—Odio esto —susurr贸, aunque su cuerpo se inclinaba hacia 茅l—. Odio lo que me haces. 

Roberto la empuj贸 contra la pared, su cuerpo duro inmoviliz谩ndola. 

—¿Esto odias? —su mano descendi贸 como un rayo, desgarrando la blusa con un solo tir贸n—. ¿O esto? —los dedos se cerraron alrededor de un pecho, apretando hasta el borde del dolor. 

Luc铆a gimi贸, su cuerpo traicion谩ndola al arquearse hacia ese contacto. 

—No... no me hagas esto otra vez... 

—C谩llate —Roberto hundi贸 su cara en el cuello de ella, mordiendo la piel all铆 donde sab铆a que la hac铆a temblar—. No viniste por tus cosas. Viniste por esto. 

Su mano libre abri贸 el bot贸n del pantal贸n, los dedos hundi茅ndose sin ceremonia en su interior. Luc铆a grit贸 al encontrarse empapada, su humedad manchando los dedos de Roberto como una confesi贸n muda. 

—Mira esto —gru帽贸, mostr谩ndole los dedos brillantes ante la cara—. Esto es lo que piensas de tu huida. 

Luc铆a intent贸 girar la cabeza, pero Roberto la agarr贸 por el ment贸n, forz谩ndola a mirarlo. 

—Vas a quedarte —orden贸, mientras con la otra mano desabrochaba su propio pantal贸n—. Porque eres m铆a. 

La penetraci贸n fue brutal, sin preludio, el dolor y el placer mezcl谩ndose en un c贸ctel que hizo llorar a Luc铆a. Roberto no esper贸 a que se adaptara, comenzando a moverse con embestidas cortas y duras que la golpeaban contra la pared. 

—Dilo —exigi贸, sus dientes clav谩ndose en el hombro de ella—. Dilo o no paro. 

Luc铆a sacudi贸 la cabeza, neg谩ndose incluso ahora, incluso con su cuerpo ardiendo alrededor del de 茅l. 

Roberto respondi贸 cambiando el 谩ngulo, buscando ese punto que hac铆a ver estrellas. Cuando lo encontr贸, Luc铆a grit贸, las u帽as clav谩ndose en sus brazos. 

—¡Dilo, maldita sea! 

—¡Tuyo! —finalmente estall贸 de sus labios, entre l谩grimas y saliva—. ¡Soy tuya! 

Roberto gru帽贸 satisfecho, acelerando el ritmo, cada empuje dise帽ado para sacudirla tanto f铆sica como emocionalmente. 

—Y ma帽ana —jade贸—. Y pasado. Y hasta que ese vientre se hinche con mi hijo. 

Las palabras deber铆an haberla horrorizado. En lugar de eso, sinti贸 una contracci贸n violenta en su interior, el orgasmo arranc谩ndole un grito que seguramente escuchar铆an los vecinos. 

Roberto no tard贸 en seguirla, derram谩ndose dentro de ella con un gru帽ido animal, sus caderas pegadas a las de Luc铆a para asegurarse de que cada gota se quedara donde deb铆a. 

Cuando finalmente se separaron, Luc铆a se desliz贸 por la pared hasta el suelo, las piernas incapaces de sostenerla. Roberto se ajust贸 la ropa con movimientos bruscos, mir谩ndola con una mezcla de triunfo y algo m谩s oscuro. 

—Recoge tus cosas —dijo al fin, se帽alando la maleta volcada—. Te espero en mi casa. 

Luc铆a no respondi贸. No hac铆a falta. Ambos sab铆an que la huida hab铆a terminado antes de empezar. 

Mientras escuchaba sus pasos alejarse, toc贸 entre sus piernas, encontrando la mezcla de sus fluidos. Un recordatorio pegajoso de su derrota. Y de su victoria. 

Porque por primera vez, no estaba segura de qu茅 la asustaba m谩s: ¿que Roberto la hubiera encontrado? ¿O que no lo hubiera hecho? 


Continuara...

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