Lazos de Sangre y Deseo - Parte 1

 


La noche envolv铆a la ciudad como un manto oscuro, salpicado apenas por las luces de los faroles que dibujaban sombras alargadas sobre el pavimento. Rebeca Ordo帽ez, de veinte a帽os, estaba sentada en el borde de su cama, con el rostro empapado en l谩grimas. En sus manos temblorosas sosten铆a el tel茅fono, donde una noticia viral destrozaba su coraz贸n.  


— Alexander Ordo帽ez, acusado de violaci贸n a una joven de 25 a帽os a la salida de un boliche.  


Las palabras le quemaban los ojos. Su padre, su papi, el hombre que la hab铆a criado con ternura y devoci贸n, ahora era se帽alado como un monstruo. Rebeca apret贸 los pu帽os, sus u帽as clav谩ndose levemente en las palmas. No pod铆a creerlo. No quer铆a creerlo.  


— ¡Papi no har铆a eso! — exclam贸 en voz alta, su voz quebrada por el llanto.  


Se mir贸 en el espejo del dormitorio, sus ojos marrones oscuros, normalmente llenos de vida, ahora estaban empa帽ados por el dolor. Su cabello casta帽o oscuro ca铆a en ondas sedosas sobre sus hombros, enmarcando un rostro de facciones delicadas, labios carnosos y mejillas sonrosadas. Su cuerpo, esculpido como por manos divinas, temblaba levemente: pechos medianos pero firmes, cintura estrecha que se abr铆a en unas caderas generosas, nalgas redondas y paraditas que siempre hab铆an llamado la atenci贸n, y unas piernas largas y torneadas que parec铆an hechas para ser admiradas.  


Respir贸 hondo, sec谩ndose las l谩grimas con el dorso de la mano. No importaba lo que dijeran los medios, ella sab铆a que su padre era inocente. Y si nadie m谩s iba a estar a su lado, ella lo har铆a.


Dos d铆as despu茅s, Rebeca llegaba a la casa de su padre, una espaciosa residencia en las afueras de la ciudad, donde Alexander hab铆a vivido desde la separaci贸n. El jard铆n estaba descuidado, las cortinas cerradas, como si la casa misma estuviera de luto. Con una maleta en una mano y el coraz贸n en la otra, Rebeca toc贸 el timbre.  


Los pasos pesados de Alexander resonaron desde dentro antes de que la puerta se abriera. All铆 estaba 茅l, cincuenta y cuatro a帽os, robusto, con el pelo negro salpicado de canas que le daban un aire distinguido. Sus ojos, del mismo tono oscuro que los de su hija, se iluminaron al verla, aunque la sombra de la acusaci贸n a煤n pesaba sobre su mirada.  


— Rebeca… — murmur贸, su voz grave cargada de emoci贸n.  


— Papi… — ella dej贸 caer la maleta y se lanz贸 hacia 茅l.  


Se abrazaron con una fuerza que hablaba de a帽os de amor incondicional. Rebeca enterr贸 el rostro en el pecho de su padre, oliendo su esencia familiar, esa mezcla de colonia amaderada y algo que era 煤nicamente 茅l. Alexander la rode贸 con sus brazos, sus manos grandes acariciando su espalda.  


— Yo te cuidar茅, papi. Desde ahora — susurr贸 Rebeca, alzando la mirada hacia 茅l.  


Alexander no respondi贸 con palabras. En lugar de eso, inclin贸 la cabeza y deposit贸 un beso suave en su cuello, justo donde la piel era m谩s sensible. Rebeca contuvo un escalofr铆o cuando, casualmente, la punta de los dedos de su padre rozaron una de sus nalgas, un contacto fugaz pero electrizante.  


Ella no lo apart贸.  


Y 茅l no se disculp贸.  


— Ven, entra, princesa — extendi贸 una mano, grande, fuerte, la misma que la hab铆a sostenido toda su vida. 


Ella entr贸, y la puerta se cerr贸 detr谩s de ellos. 


La casa ol铆a a madera envejecida y tabaco, un aroma que le recordaba a su infancia, cuando sus padres a煤n estaban juntos. Alexander tom贸 su maleta y la dej贸 junto al sof谩, sin prisa, como si el mundo exterior no existiera.  


— ¿Tienes hambre? — pregunt贸, pasando una mano por su espalda, los dedos rozando la curva de su cintura antes de retirarse.  


— Un poco — admiti贸 Rebeca, aunque en realidad no pod铆a sentir el hambre, no con el nudo que ten铆a en el est贸mago.  


— Te preparar茅 algo.  


Mientras 茅l se mov铆a en la cocina, Rebeca se sent贸 en el sill贸n, cruzando las piernas con cuidado para que la falda no se levantara demasiado. Pero no importaba cu谩nto se ajustara el tejido, la prenda estaba dise帽ada para ser provocativa, y cada movimiento suyo dibujaba l铆neas tentadoras.  


Alexander regres贸 con dos copas de vino tinto, oscuro como la noche que los envolv铆a.  


— Bebe — le dijo, entreg谩ndole una.  


Sus dedos se rozaron, y Rebeca sinti贸 un escalofr铆o.  


— Gracias, papi — murmur贸, llev谩ndose el l铆quido a los labios.  


脡l se sent贸 a su lado, demasiado cerca, su muslo robusto rozando el de ella.  


— No tienes que preocuparte por m铆 — dijo Alexander, su voz grave, casi un susurro.  


— ¿C贸mo no voy a preocuparme? — Rebeca mir贸 el vino, evitando su mirada. — Es una acusaci贸n horrible…  


— Las personas dicen muchas cosas, princesa. Pero solo nosotros sabemos la verdad.  


Ella no supo qu茅 responder. ¿Qu茅 verdad? ¿La de los titulares? ¿La de su coraz贸n?  


Alexander bebi贸 un trago largo, sus ojos fijos en ella.  


— Est谩s muy hermosa — coment贸, como si fuera lo m谩s natural del mundo.  


Rebeca sinti贸 que las mejillas se le calentaban.  


— Es solo un vestido…  


— No — su mano se pos贸 en su muslo, justo donde terminaba la media, los dedos acariciando la piel desnuda. — Es t煤.  


Ella contuvo la respiraci贸n. No se movi贸. No lo apart贸.


La cena fue ligera, pero el vino fluy贸 con generosidad. Rebeca, cuyas preocupaciones se difuminaban con cada copa, se encontr贸 riendo de cosas que, en otra circunstancia, no le habr铆an parecido graciosas. Alexander estaba relajado, demasiado relajado para un hombre acusado de algo tan atroz.  


Y mientras hablaban, sus manos siempre encontraban la manera de tocarla. Un roce aqu铆, un apret贸n all谩. Cuando se inclin贸 para recoger su copa del suelo, su aliento caliente roz贸 su cuello. Cuando pas贸 detr谩s de ella, su palma se desliz贸 por su hombro, bajando hasta donde el escote se abr铆a.  


Rebeca no protest贸.  


Tal vez era el vino.  


Tal vez era algo m谩s. 


La noche avanz贸, y el silencio se hizo m谩s pesado. Rebeca bostez贸, estirando los brazos sobre su cabeza, haciendo que el vestido se ajustara a煤n m谩s a sus curvas.  


— Deber铆a irme a dormir — dijo, aunque no se movi贸 del sill贸n.  


Alexander la mir贸, sus ojos oscuros brillando con algo que no era solo afecto paternal.  


— Claro. Ven — se levant贸 y extendi贸 la mano.  


Ella la tom贸, permitiendo que la guiara por el pasillo, hacia su habitaci贸n.  


— ¿D贸nde voy a dormir? — pregunt贸, aunque algo en su interior ya sab铆a la respuesta.  


Alexander se detuvo frente a la puerta de su cuarto, gir谩ndose hacia ella. Su expresi贸n era serena, pero hab铆a fuego en su mirada.  


— En mi cama, obvio.  


Ella no dijo nada.  


Y 茅l no necesit贸 m谩s invitaci贸n. 


El pasillo hacia el dormitorio parec铆a m谩s largo de lo que Rebeca recordaba. Cada paso resonaba en la penumbra, iluminado solo por la tenue luz dorada que filtraba desde la sala. Alexander caminaba delante de ella, su figura robusta proyectando una sombra que la envolv铆a. Rebeca pod铆a sentir el calor de su cuerpo, el olor a colonia mezclado con algo m谩s intenso, m谩s masculino. 


— No tienes que tener miedo — murmur贸 茅l, sin volverse, como si hubiera percibido el ligero temblor en sus manos. 


— No lo tengo — minti贸 Rebeca, aunque no estaba segura de a qu茅 le tem铆a exactamente. ¿A la acusaci贸n? ¿A la noche que les esperaba? ¿O a lo que su propio cuerpo empezaba a desear? 


La puerta del dormitorio estaba entreabierta. Alexander la abri贸 por completo, dejando que ella entrara primero. 


La habitaci贸n era amplia, dominada por una cama king size con s谩banas negras que contrastaban con las paredes de madera oscura. El aire estaba cargado con el aroma de Alexander, ese perfume a tabaco y piel que le resultaba tan familiar y, al mismo tiempo, tan intoxicante ahora. 


Rebeca se detuvo en el centro de la habitaci贸n, sintiendo su mirada en su espalda. 


— ¿Quieres que me cambie? — pregunt贸, aunque sab铆a que no hab铆a llevado pijama. 


— Haz lo que te haga sentir c贸moda, princesa — respondi贸 茅l, su voz grave, casi un susurro. 


Ella asinti贸, respirando hondo antes de llevarse las manos a la espalda, buscando el cierre del vestido. El sonido de la cremallera al abrirse pareci贸 demasiado fuerte en el silencio de la habitaci贸n. Los hombros del vestido cayeron primero, revelando la piel suave de su espalda, luego el tejido negro se desliz贸 por sus caderas hasta formar un c铆rculo oscuro a sus pies. 


Qued贸 en ropa interior: un conjunto de encaje negro que apenas cubr铆a lo esencial. Las medias segu铆an en sus piernas, ajustadas hasta justo por encima de las rodillas, realzando la curvatura de sus muslos. 


Alexander no dijo nada. Pero Rebeca pod铆a sentir su mirada recorri茅ndola, como llamas que la exploraban desde los tobillos hasta los labios entreabiertos. 


— Las medias tambi茅n — dijo 茅l, m谩s como una sugerencia que como una orden. 


Ella mordi贸 el labio inferior, pero obedeci贸. Se inclin贸 con lentitud, deslizando los dedos bajo el el谩stico de la media derecha, sintiendo c贸mo su piel se erizaba al contacto. El tejido de algod贸n cedi贸 con un susurro, revelando la suavidad de su muslo. Repiti贸 el movimiento con la izquierda, esta vez m谩s consciente de su padre observando cada cent铆metro que quedaba al descubierto. 


Cuando termin贸, se enderez贸, sintiendo el aire fresco en su piel ahora casi completamente expuesta.


Alexander no perdi贸 tiempo. Con movimientos seguros, se quit贸 la camisa, revelando un torso musculoso, marcado por los a帽os pero a煤n poderoso. Su piel estaba bronceada, salpicada de vello oscuro que se hac铆a m谩s denso en el pecho y descend铆a en una l铆nea fina hacia su abdomen. 


Rebeca no pudo evitar mirar. 


Luego vino el pantal贸n. El cintur贸n se abri贸 con un chasquido, la cremallera baj贸 y la tela cay贸 al suelo. Alexander estaba ahora solo en b贸xer, y no hab铆a manera de ignorar la prominente erecci贸n que deformaba la tela. 


Rebeca trag贸 saliva.


La cama parec铆a m谩s grande cuando ambos se acercaron. Alexander levant贸 las s谩banas, invit谩ndola a entrar primero. Ella se desliz贸 entre las telas frescas, sintiendo c贸mo el material rozaba su piel casi desnuda. 


脡l se acost贸 a su lado, y por un momento, solo se miraron. 


— Me hace muy bien que est茅s aqu铆 — susurr贸 Alexander, una mano acariciando su costado, los dedos dibujando c铆rculos en su cadera. — Me hace olvidar del juicio. 


Rebeca sinti贸 una oleada de afecto, mezclada con algo m谩s intenso, m谩s necesario. 


— A m铆 tambi茅n me hace feliz — respondi贸, abraz谩ndolo con fuerza, sintiendo su cuerpo contra el suyo. 


Fue entonces cuando Alexander inclin贸 la cabeza, sus labios rozando su cuello en un beso que era m谩s aliento que contacto. 


— Eres tan hermosa — murmur贸 contra su piel, su mano ahora subiendo por su espalda, desliz谩ndose bajo el encaje del sost茅n. 


Rebeca arque贸 la espalda, una peque帽a queja escapando de sus labios. 


— Papi… 


— Shhh — su voz era suave, pero firme. — Solo d茅jame sentirte. 


Sus dedos encontraron el cierre del sost茅n, y con un movimiento experto, lo liberaron. La tela se afloj贸, pero Alexander no la retir贸 de inmediato. En lugar de eso, su palma se pos贸 sobre uno de sus pechos, masajeando la carne suave con movimientos circulares. 


Rebeca cerr贸 los ojos, sintiendo c贸mo su pez贸n se endurec铆a bajo su tacto. 


— Siempre supe que ser铆as perfecta — susurr贸 茅l, su boca ahora descendiendo hacia su escote, besando la curva de su seno antes de tomar el pez贸n entre sus labios. 


Rebeca jade贸, sus manos aferr谩ndose a sus hombros. 


La boca caliente de Alexander segu铆a envolviendo su pez贸n con una maestr铆a que la hac铆a arquearse contra las s谩banas. Sus labios succionaban con precisi贸n, su lengua trazaba c铆rculos lentos antes de morderla con justo la presi贸n para hacerla gemir. Rebeca jadeaba como una loba en celo, sus dedos enterr谩ndose en el pelo entrecano de su padre mientras las sensaciones electrizantes le recorr铆an el cuerpo. 


— Ah... papi... — el gemido le escap贸 entre dientes, sintiendo c贸mo el calor se acumulaba entre sus muslos. 


Pero entonces, como si una voz lejana le recordara d贸nde estaban los l铆mites, un destello de lucidez cruz贸 su mente. 


— Espera... para... — su voz son贸 temblorosa, pero clara. 


Alexander se detuvo al instante. Sus labios se separaron de su piel con un sonido h煤medo, sus ojos oscuros buscando los de ella con una mezcla de deseo y respeto. 


— Jam谩s har茅 algo que mi princesa no quiera — murmur贸, su voz grave como el roce de la seda sobre la piel. 


Rebeca trag贸 saliva, sintiendo c贸mo su coraz贸n lat铆a con fuerza. 


— Quiero dormir contigo... pero solo dormir... — dijo, casi como si intentara convencerse a s铆 misma. 


Alexander no protest贸. No insisti贸. Solo asinti贸 con calma y se acomod贸 a su lado, aunque su erecci贸n segu铆a palpable bajo el b贸xer. 


— Buenas noches, princesa — susurr贸 antes de inclinarse y dejar un 煤ltimo beso en su pez贸n, haci茅ndola estremecer.


Las horas pasaron lentas. 


El dormitorio estaba sumido en una oscuridad apenas rota por la luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. Los ronquidos profundos de Alexander llenaban el espacio, un sonido ronco y masculino que, en otra circunstancia, le habr铆a resultado molesto. Pero ahora... ahora solo aumentaba el fuego que ard铆a en su vientre. 


Rebeca no pod铆a dormir. 


Cada vez que cerraba los ojos, sent铆a de nuevo los labios de su padre en sus pechos, sus manos grandes recorri茅ndola como si fuera un tesoro. Su piel, a煤n sensible, parec铆a recordar cada caricia, cada mordisco suave. 


Y entonces, casi sin darse cuenta, su mano descendi贸.


Solo llevaba puesta la tanga de encaje negro, ya humedecida por lo ocurrido antes. Sus dedos rozaron el borde delgado de la tela, sintiendo el calor que emanaba de su sexo. Un suspiro tembloroso escap贸 de sus labios cuando, con movimientos lentos, comenz贸 a acariciarse sobre la tela, presionando justo donde m谩s lo necesitaba. 


— Mmm... — el gemido fue apenas un aliento, ahogado por el miedo a que su padre despertara. 


Pero Alexander segu铆a dormido, su respiraci贸n pesada, su cuerpo inm贸vil excepto por el suave movimiento de su pecho. 


Rebeca mordi贸 su labio inferior, aumentando la presi贸n de sus dedos. La tela de la tanga se empap贸 r谩pidamente, peg谩ndose a sus dedos mientras se mov铆a con m谩s insistencia. 


— Papi... — el nombre le sali贸 en un susurro, como si no pudiera evitarlo. 


Su mente se llen贸 de im谩genes prohibidas: las manos de Alexander en lugar de las suyas, su boca descendiendo por su vientre, su lengua reemplazando sus dedos... 


La fantas铆a fue suficiente para hacer que su cuerpo se tensara, las olas del placer creciendo hasta volverse incontrolables. Sus m煤sculos se contrajeron, sus caderas se elevaron levemente de la cama, y entonces— 


— ¡Ah! — un orgasmo intenso la recorri贸, haci茅ndola morder el labio con fuerza para no gritar. 


El placer fue tan fuerte que le nubl贸 la vista por segundos. Cuando volvi贸 en s铆, su cuerpo estaba relajado, su respiraci贸n agitada. 


Alexander segu铆a durmiendo. 


Con un 煤ltimo temblor, Rebeca se acurruc贸 contra 茅l, su espalda pegada a su torso, sintiendo el calor de su cuerpo. 


Y as铆, finalmente, se durmi贸. 



Continuara... 

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