Lazos de Sangre y Deseo - Parte 2

 


El primer rayo de sol se filtraba entre las cortinas, dibujando l铆neas doradas sobre las s谩banas revueltas. Rebeca despert贸 con un estremecimiento, su cuerpo a煤n caliente por los sue帽os er贸ticos que hab铆an sazonado su noche. Al girar la cabeza, encontr贸 a Alexander durmiendo a su lado, su pecho poderoso subiendo y bajando con ritmo pausado. Pero lo que capt贸 su atenci贸n fue la prominente erecci贸n que deformaba su b贸xer, una tentaci贸n imposible de ignorar. 


La tela gris apenas conten铆a aquel miembro imponente, y Rebeca sinti贸 que su boca se secaba. El recuerdo de c贸mo se hab铆a tocado la noche anterior regres贸 con fuerza, avivando el fuego entre sus piernas. Sin pensarlo dos veces, desliz贸 su mano hacia la cintura el谩stica del b贸xer y comenz贸 a bajarlo con lentitud deliberada, como si desenvainara un arma peligrosa. 


La piel de Alexander estaba caliente al tacto. Cuando por fin liber贸 su erecci贸n, Rebeca contuvo un gemido al verlo: grueso, venoso, con una cabeza rojiza que palpitaba levemente. Un aroma masculino, salado y primitivo, llen贸 sus fosas nasales. 


— Dios... — murmur贸, embelesada. 


No pudo resistirse. Con la misma devoci贸n con la que se acerca a un altar, inclin贸 la cabeza y pas贸 la lengua por la punta, saboreando una gota de l铆quido que ya asomaba. El sabor fue electrizante. 


— Mmm... — Alexander gru帽贸 dormido, sus caderas arque谩ndose levemente hacia su boca. 


Eso la envalenton贸. Con manos temblorosas, sujet贸 la base de su miembro mientras sus labios se cerraban alrededor del glande, succionando con ternura perversa. Su boca se llen贸 de 茅l, y aunque no pod铆a tomar toda su longitud, se esforz贸 por bajar lo m谩s que pudo, sintiendo c贸mo las venas rozaban su lengua. 


— Ah, Rebeca... — la voz grave de su padre la hizo congelarse. 


Alz贸 la vista y encontr贸 sus ojos oscuros observ谩ndola, cargados de lujuria y algo m谩s: dominio absoluto. 


— Papi, yo solo... — intent贸 explicarse, pero Alexander no la dej贸 terminar. 


Con un movimiento r谩pido y firme, la gir贸 sobre la cama hasta tenerla boca arriba. Su cuerpo musculoso la cubri贸, atrap谩ndola sin opci贸n de escape. 


— ¿Quer铆as probarme, princesa? — pregunt贸, mientras una mano se cerraba en su pelo, tirando con justeza para exponer su cuello. — Ahora ver谩s c贸mo se hace. 


Rebeca jade贸, sintiendo c贸mo su tanga se empapaba al instante. La forma en que su padre la manejaba, como si fuera suya para moldear, la volv铆a loca. 


Alexander no perdi贸 tiempo. Baj贸 su boca a su cuello, mordiendo la piel con fuerza suficiente para dejar marca, mientras su mano libre se deslizaba bajo su tanga. 


— Tan mojada por tu papi... — gru帽贸 contra su piel, sus dedos encontrando su cl铆toris hinchado. 


Rebeca grit贸 cuando comenz贸 a frotarla con movimientos expertos, sus caderas movi茅ndose sin control contra su mano. 


— ¡S铆! As铆... — suplic贸, aferr谩ndose a sus hombros. 


Alexander sonri贸, un gesto lobuno, antes de posar sus labios junto a su o铆do. 


— Esto es solo el principio, princesa. Ahora te ense帽ar茅 c贸mo papi da amor de verdad. 


Alexander con movimientos calculados de depredador, separ贸 las piernas de Rebeca. El aire ol铆a a sexo y sudor, a pecado reci茅n despertado. Sus dedos, callosos y grandes, recorr铆an los muslos nacarados de su hija como un escultor reclamando su obra.  


— M铆rame — orden贸, voz ronca como trueno distante —. Quiero ver esos ojos oscuros cuando te rompa.  


Rebeca jade贸, sus pechos rosados subiendo y bajando al comp谩s de su respiraci贸n acelerada. La tanga negra, empapada, segu铆a cubriendo su sexo palpitante. Alexander enganch贸 los dedos en el encaje y la rasg贸 con un tir贸n seco. El sonido del tejido cediendo hizo estremecer a la joven.  


— Papi... — suplic贸, voz quebrada por el deseo.  


— Callada — cort贸 茅l, aplastando su boca contra la de ella en un beso que sab铆a a dominio y tabaco. Su lengua invadi贸 sin pedir permiso, marcando territorio.  


Cuando se separaron, un hilo de saliva los un铆a todav铆a. Alexander no dio tregua: descendi贸 por su cuello, clavando dientes en la curva donde hombro y clav铆cula se encontraban. Rebeca arque贸 el cuerpo, un grito ahogado escapando de sus labios.  


— As铆... As铆 duele m谩s... — susurr贸 entre dientes mientras sus manos moldeaban sus pechos, pulgares frotando los pezones endurecidos hasta volverlos piedras sensibles.  


La boca de Alexander continu贸 su camino descendente. Cada cent铆metro de piel de Rebeca recibi贸 atenci贸n: lamidos largos en el estern贸n, mordiscos suaves en las costillas, hasta que por fin su lengua encontr贸 el ombligo y se detuvo, saboreando el temblor del vientre bajo.  


— Por favor... — Rebeca enred贸 los dedos en su cabello canoso, tirando sin fuerza.  


Alexander sopl贸 sobre su sexo hinchado, viendo c贸mo los labios menores, rojos e hinchados, palpitaban al aire.  


— ¿Esto quiere a papi? — pregunt贸 mientras trazaba un c铆rculo lento alrededor del cl铆toris con la punta de la lengua, sin tocarlo directamente.  


Rebeca grit贸, caderas empujando hacia arriba en busca de contacto.  


— ¡S铆! ¡Dios, s铆!  


Alexander sonri贸, ese gesto de lobo satisfecho, antes de hundir la cara completa entre sus piernas. Su lengua plana lamio desde el perineo hasta el cl铆toris en una larga leng眉etada que hizo que Rebeca se doblara sobre s铆 misma.  


— ¡No puedo...! — chill贸, u帽as clav谩ndose en las s谩banas.  


Los dedos de Alexander entraron en escena: dos se deslizaron dentro de ella sin esfuerzo, encontrando esa humedad caliente que chorreaba por sus muslos.  


— Mierda... tan apretada... — gru帽贸 contra su piel mientras sus dedos comenzaban un ritmo de vaiv茅n, pulgar masajeando el cl铆toris al comp谩s.  


Rebeca perdi贸 el habla. Su cuerpo no era suyo ahora; pertenec铆a a esos dedos, a esa boca hambrienta que succionaba su cl铆toris como si fuera el n茅ctar m谩s dulce. La presi贸n en su vientre crec铆a, se hac铆a insoportable, hasta que—  


— ¡AHHH! — El orgasmo la golpe贸 como una descarga el茅ctrica, sacudi茅ndola de pies a cabeza. Su sexo se contrajo violentamente alrededor de los dedos de Alexander, jugo femenino manando sin control.  


Pero Alexander no se detuvo.  


Mientras Rebeca jadeaba, todav铆a convulsionando por los espasmos, 茅l se coloc贸 entre sus piernas. Su erecci贸n, gruesa y venosa, presion贸 contra su entrada.  


— Mira c贸mo te la meto — orden贸, agarr谩ndole las mu帽ecas y clav谩ndolas sobre la almohada.  


Y entonces, con una lentitud agonizante, comenz贸 a penetrarla.  


La cabeza de su miembro separ贸 sus labios, estir谩ndola de manera deliciosamente dolorosa. Rebeca grit贸, u帽as enterr谩ndose en las palmas de Alexander.  


— Dios... tan... grande... — solloz贸, sintiendo c贸mo la llenaba cent铆metro a cent铆metro.  


Alexander gru帽贸, mand铆bula apretada, cuando por fin sus caderas chocaron contra las nalgas de Rebeca.  


— Toda... Toma toda a papi como una buena ni帽a — jade贸, soltando sus mu帽ecas para agarrarle las caderas.  


Y entonces comenz贸 a moverse.  


Las primeras embestidas fueron controladas, profundas, permitiendo que Rebeca se acostumbrara a su tama帽o. Pero pronto la bestia dentro de Alexander sali贸 a la luz: sus empujes se volvieron brutales, el sonido de piel contra piel llenando la habitaci贸n.  


— ¡S铆! ¡M谩s fuerte! — Rebeca gimi贸, arque谩ndose para recibirlo mejor.  


Alexander cumpli贸. Agarr贸 sus piernas y las levant贸 sobre sus hombros, cambiando el 谩ngulo para penetrarla a煤n m谩s profundo.  


— Aqu铆... ¿Aqu铆 te gusta? — pregunt贸 mientras su pelvis golpeaba su cl铆toris con cada embestida.  


Rebeca no pod铆a hablar. El placer era demasiado, un hurac谩n que la arrasaba. Su segundo orgasmo lleg贸 sin aviso, un tsunami que la hizo gritar hasta quedar ronca.  


Pero Alexander no termin贸.  


— No acabamos, princesa — jade贸, volte谩ndola como un mu帽eco de trapo hasta ponerla a gatas.  


Rebeca apenas tuvo tiempo de entender antes de sentir sus manos en sus caderas, antes de que la penetrara de nuevo, esta vez m谩s profundo, m谩s bestial. 


El alba hab铆a dado paso a la ma帽ana plena cuando Alexander, con la fuerza de un toro y la precisi贸n de un cirujano, reclamaba el cuerpo de su hija por en茅sima vez. La habitaci贸n ol铆a a sexo crudo, a piel sudorosa y a s谩banas empapadas de sus fluidos mezclados. Rebeca, tendida boca abajo sobre el colch贸n, apenas pod铆a mantener los ojos abiertos, pero cada nueva embestida de su padre la hac铆a volver a la vida con un jadeo gutural.  


— No te duermas, princesa — Alexander le gru帽贸 al o铆do mientras sus manos, grandes y rudas, se cerraban alrededor de sus caderas para levantarla hasta arquearla como un gato en celo. Su miembro, a煤n duro como m谩rmol a pesar de las horas, se desliz贸 entre sus nalgas antes de volver a hundirse en esa humedad caliente que ya lo conoc铆a demasiado bien.  


Rebeca grit贸, u帽as ara帽ando las s谩banas arrugadas.  


— ¡Papi, no puedo m谩s! — suplic贸, voz rota por el uso excesivo.  


Pero Alexander solo respondi贸 con una carcajada baja y carnal antes de agarrarle el pelo con una mano y tirar hacia atr谩s, forz谩ndola a arquear la espalda a煤n m谩s mientras su pelvis chocaba contra sus nalgas en un ritmo que hac铆a temblar el marco de la cama.  


— M铆rate — le orden贸, voz ronca por el esfuerzo —. M铆rate c贸mo goteas por m铆.  


Rebeca obedeci贸, mirando hacia abajo donde su sexo, rojo e hinchado, segu铆a aceptando cada cent铆metro de su padre con una facilidad obscena. El contraste entre su piel de porcelana y el bronceado musculoso de Alexander era una pintura viva de pecado.  


El sol ya alto filtraba por las cortinas, iluminando c贸mo el sudor corr铆a por el torso cincelado de Alexander mientras dominaba a su hija con la experiencia de un hombre que conoc铆a cada uno de sus puntos d茅biles. Cada vez que encontraba ese 谩ngulo perfecto que hac铆a que Rebeca viera estrellas, se deten铆a deliberadamente, prolongando su tormento.  


— ¿Qui茅n te hace sentir as铆? — pregunt贸 mientras le mord铆a el hombro, dejando un moret贸n en forma de media luna.  


— ¡T煤, papi, solo t煤! — Rebeca gimi贸, sintiendo c贸mo otro orgasmo comenzaba a acumularse en su vientre, m谩s intenso que los anteriores gracias a la sobreestimulaci贸n.  


Alexander cambi贸 de posici贸n una vez m谩s, volte谩ndola como si pesara nada hasta tenerla sentada en su regazo, impal谩ndola en su miembro mientras sus manos masajeaban sus pechos magullados por horas de atenci贸n.  


— Sube y baja — orden贸, y Rebeca obedeci贸, movi茅ndose sobre 茅l con las piernas temblorosas, sintiendo c贸mo la llenaba de manera diferente en esta posici贸n.  


Las horas se desdibujaron en un torbellino de sensaciones: Alexander la tom贸 contra la pared, dejando marcas de sus dedos en sus muslos; luego sobre el tocador, donde el espejo le mostr贸 su propia expresi贸n de 茅xtasis animal; finalmente de vuelta en la cama, donde la penetr贸 por detr谩s mientras tiraba de su cabello como riendas.  


Cuando por fin, con el sol casi en su cenit, Alexander sinti贸 que su control se resquebrajaba, agarr贸 a Rebeca por la garganta con suavidad calculada y la mir贸 directamente a los ojos mientras su ritmo se volv铆a err谩tico.  


— Dentro — anunci贸, no como pregunta sino como decreto.  


Rebeca asinti贸 fren茅ticamente, deseando sentir su calor dentro incluso despu茅s de todo. El gemido que escap贸 de Alexander cuando lleg贸 al cl铆max fue primitivo, un sonido que Rebeca guardar铆a en su memoria para siempre.  


Colapsaron juntos, cuerpos pegajosos y exhaustos. Alexander rod贸 a un lado pero mantuvo a Rebeca contra su pecho, donde pod铆a sentir su coraz贸n acelerado.  


Los minutos pasaron en silencio, solo interrumpidos por su respiraci贸n que gradualmente volv铆a a la normalidad. Fue entonces cuando Alexander, acariciando el costado de su hija con una ternura que contrastaba con la bestia que hab铆a sido momentos antes, habl贸.  


— Llevo m谩s de un a帽o so帽ando con esto — confes贸, voz ronca pero suave —. Contando los d铆as en que cumplieras los veinte. Planificando cada detalle de c贸mo te tocar铆a.  


Rebeca alz贸 la vista, sorprendida por la revelaci贸n.  


— ¿Tanto tiempo, papi?  


Alexander asinti贸, pasando un dedo por su labio inferior hinchado por los besos.  


— Desde aquel d铆a en la piscina, cuando ese bikini rojo se te transparent贸 al salir del agua — admiti贸 sin verg眉enza —. Jur茅 que ser铆a m铆a.  


Antes de que Rebeca pudiera responder, Alexander se levant贸 con la agilidad de un hombre veinte a帽os m谩s joven, estirando su cuerpo marcado por ara帽azos y mordidas.  


— Voy a preparar el almuerzo — anunci贸, dejando a Rebeca tendida en el desorden de s谩banas h煤medas y almohadas desplazadas —. Descansa, princesa.  


Y con eso, el hombre que acababa de redefinir su universo sali贸 del cuarto, dejando atr谩s el olor a sexo y el sonido de los jadeos de su hija que a煤n intentaba recuperar el aliento.  


Rebeca cerr贸 los ojos, sonriendo levemente mientras sus dedos trazaban las marcas que las manos de su padre hab铆an dejado en sus caderas. El reloj en la mesita de noche marcaba las 12:47 pm.  


Hab铆an cruzado el punto de no retorno, y ella no podr铆a estar m谩s feliz. 


 


Continuara... 

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