Lazos de Sangre y Deseo - Parte 3
El almuerzo hab铆a sido una tortura exquisita. Entre los cubiertos que chocaban contra los platos y el vino tinto que manchaba los labios de Rebeca de un rojo pecaminoso, la tensi贸n sexual se espesaba como una niebla palpable. Alexander, sentado a la cabecera de la mesa con su camisa blanca desabrochada hasta el estern贸n, no le quitaba los ojos de encima. Cada vez que Rebeca llevaba un bocado a su boca, sus labios se cerraban alrededor del tenedor con lentitud deliberada, sabiendo que su padre observaba cada movimiento.
— ¿No tienes hambre, papi? — pregunt贸 Rebeca, pasando la lengua por un grano de arroz que se hab铆a quedado en su labio inferior.
Alexander apret贸 el cuchillo hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
— Tengo hambre de otra cosa, princesa — respondi贸, voz tan 谩spera como el whisky que acababa de tragar.
El juego continu贸 hasta el postre —unas fresas con crema que Rebeca se tom贸 el tiempo de lamer de sus propios dedos—, cuando Alexander finalmente se levant贸 para reunirse con sus abogados. La acusaci贸n de violaci贸n pend铆a sobre su cabeza como una espada, pero al ver la forma en que su hija se mordisqueaba el labio al despedirse, cualquiera hubiera pensado que no ten铆a preocupaci贸n alguna en el mundo.
— No tardar茅 — prometi贸, pasando un dedo por su clav铆cula antes de salir.
El agua caliente ca铆a en cascadas sobre el cuerpo de Rebeca, lavando el sudor seco y los rastros de su padre que a煤n le pegaban a la piel. El vapor llenaba el ba帽o, empa帽ando los espejos hasta dejar solo siluetas fantasmales. Rebeca se inclin贸 bajo el chorro, dejando que el l铆quido le corriera por la espalda, entre las nalgas todav铆a sensibles, por esas piernas que hab铆an estado envueltas alrededor de la cintura de Alexander durante horas.
Sus manos, embadurnadas de jab贸n con aroma a vainilla, comenzaron un recorrido lento por su propio cuerpo. Se detuvieron en los pechos, donde los moretones en forma de bocados a煤n ard铆an levemente. Los dedos rodearon sus pezones, tirando de ellos con la misma fuerza que su padre hab铆a usado, y un gemido escap贸 de su garganta.
— Papi... — susurr贸 para nadie, imaginando que eran sus manos grandes las que la jabonaban, sus u帽as las que le ara帽aban las caderas.
El agua se llev贸 la espuma por el desag眉e, pero no pudo llevarse las im谩genes que bailaban detr谩s de sus p谩rpados cerrados: Alexander empuj谩ndola contra la pared del ba帽o, levant谩ndole una pierna sobre el lavabo, posey茅ndola otra vez con esa mezcla de ternura y brutalidad que la volv铆a loca.
Cuando finalmente sali贸 de la ducha, el espejo empa帽ado le devolvi贸 una imagen distorsionada de s铆 misma: piel rosada por el calor, cabello oscuro pegado a la espalda, ojos brillantes de deseo insatisfecho. Se sec贸 con una toalla blanca, frotando con especial atenci贸n entre sus piernas, donde el simple roce de la tela la hac铆a contener la respiraci贸n.
La habitaci贸n estaba ba帽ada en luz dorada cuando Rebeca, vestida solo con un sost茅n negro de encaje y una falda corta que apenas le cubr铆a las nalgas, se dej贸 caer sobre la cama. El colch贸n a煤n ol铆a a sexo, a ellos, y ese aroma la hizo humedecerse al instante. Se recost贸 boca arriba, dejando que una mano viajara por su vientre plano hasta meterse bajo la falda.
No llevaba ropa interior.
— Maldito seas, papi — murmur贸 mientras sus dedos encontraban su sexo ya h煤medo.
Se toc贸 con pereza al principio, imaginando que era la lengua de Alexander la que la lam铆a, sus dedos los que la abr铆an. Pero pronto la necesidad se hizo m谩s fuerte, y su ritmo se volvi贸 fren茅tico, las caderas empujando contra su propia mano.
— ¡S铆, ah铆, justo ah铆! — jade贸, arqueando la espalda cuando el orgasmo la golpe贸 como una ola, dej谩ndola temblorosa y satisfecha por un momento.
Pero el alivio fue breve. Cuando se dio la vuelta para dormir, apretando una almohada entre sus piernas, el vac铆o que sent铆a solo pod铆a ser llenado por una persona.
El atardecer pintaba las paredes de naranja cuando Rebeca sinti贸 el peso familiar hundiendo el colch贸n a su lado. Antes de que pudiera abrir los ojos por completo, unas manos grandes le corrieron la falda hasta la cintura y un cuerpo musculoso se pos贸 sobre el suyo.
— Papi... — murmur贸, todav铆a medio dormida.
Alexander, que ol铆a a loci贸n cara y a ese aroma masculino que la volv铆a loca, le corri贸 la tanga a un lado con un dedo. Su erecci贸n, dura y caliente, se desliz贸 entre sus labios ya h煤medos, rozando su cl铆toris con una precisi贸n cruel.
— Me encanta tu carita de puta, mi princesa — susurr贸, mordiendo su oreja antes de empujar su miembro dentro de ella con un solo movimiento brutal.
Rebeca grit贸, u帽as clav谩ndose en su espalda mientras la llenaba por completo.
Y as铆, con el sol muriendo en el horizonte, comenz贸 otra ronda de su danza prohibida.
El amanecer encontr贸 a Alexander y Rebeca entrelazados como dos ra铆ces de un mismo 谩rbol, sus cuerpos desnudos brillando con una fina capa de sudor seca, sus respiraciones finalmente calmadas despu茅s de una noche de pasi贸n animal. La habitaci贸n conservaba el aroma denso del sexo, mezclado con el perfume dulz贸n de Rebeca y el olor salvaje que desprend铆a la piel de su padre. Ninguno de los dos hab铆a tenido fuerzas ni para cenar, ni para limpiarse, simplemente se hab铆an derrumbado en ese lecho de placer, exhaustos pero satisfechos.
Alexander fue el primero en despertarse, sus ojos oscuros recorriendo el cuerpo de su hija con una mezcla de orgullo y lujuria renovada. Rebeca dorm铆a boca abajo, las s谩banas apenas cubriendo la curva de sus caderas, dejando al descubierto su espalda marcada con ara帽azos y amoratados que contaban la historia de su noche. Con movimientos cuidadosos para no despertarla, se visti贸 con un traje caro que ol铆a a lavanda y poder, prepar谩ndose para enfrentar el d铆a y su posible condena con la tranquilidad de un hombre que ya hab铆a ganado lo que m谩s deseaba.
— Duerme, princesa — murmur贸 contra su hombro antes de dejar un beso suave donde la piel ol铆a m谩s a 茅l que a ella.
Rebeca solo murmur贸 algo incomprensible, hundi茅ndose m谩s en las almohadas, demasiado agotada incluso para despertarse por completo. Alexander sali贸 de la casa con una sonrisa en los labios, una sonrisa que no pas贸 desapercibida para el chofer que lo esperaba para llevarlo al estudio de sus abogados. Era la sonrisa de un hombre que, lejos de preocuparse por una posible cadena perpetua, saboreaba un triunfo 铆ntimo.
El sol ya estaba alto cuando Rebeca finalmente abri贸 los ojos, estir谩ndose como un gato satisfecho. Su cuerpo le recordaba cada posici贸n, cada mordisco, cada empuje de su padre, pero el dolor era dulce, era una prueba de que todo hab铆a sido real. Se levant贸 con una energ铆a que nunca antes hab铆a sentido, como si cada c茅lula de su cuerpo vibrara con una nueva raz贸n de existir.
La cocina, normalmente un lugar impersonal, se convirti贸 en su templo esa ma帽ana. Mientras preparaba caf茅 y tostadas, sus movimientos eran casi danza, sus caderas se mov铆an con una sensualidad nueva, como si incluso en la soledad supiera que alguien la observaba. Se sirvi贸 un jugo de naranja y lo bebi贸 lentamente, imaginando que eran los labios de Alexander los que succionaban su cuello. Cada bocado que llevaba a su boca lo hac铆a con una lentitud deliberada, recreando en su mente c贸mo su padre le hab铆a ense帽ado a saborear no solo la comida, sino cada sensaci贸n.
Encendi贸 el televisor sin prestarle mucha atenci贸n, solo para llenar el silencio de la casa, pero entonces las palabras "Alexander Ordo帽ez" y "nuevas acusaciones" la sacaron de su enso帽aci贸n. La pantalla mostraba a dos mujeres j贸venes, quiz谩s de su misma edad, llorando mientras un reportero explicaba que se hab铆an sumado a la denuncia original.
— ¡Mentiras! — Rebeca grit贸 a la pantalla, sus manos apretando el vaso de jugo hasta que los nudillos se pusieron blancos.
No se detuvo a pensar si las acusaciones podr铆an ser ciertas. No consider贸 por un segundo que su padre, el hombre que la hab铆a amado con una devoci贸n que traspasaba todos los l铆mites, pudiera ser capaz de hacerle eso a otra mujer. Todo lo que sent铆a era un odio puro y ardiente hacia esas extra帽as que se atrev铆an a amenazar su felicidad reci茅n encontrada.
— No se lo llevar谩n... no lo har谩n... — susurr贸 para s铆 misma, pasando una mano por su vientre plano, como si ya llevara dentro la prueba irrefutable de que Alexander era suyo y solo suyo.
Las l谩grimas cayeron sin permiso, pero no eran de tristeza, sino de rabia. Rabia contra el mundo que quer铆a separarlos, contra esas mujeres que no entend铆an que Alexander solo pod铆a amar de una manera: con posesi贸n absoluta, con pasi贸n que dejaba marcas, con una entrega que borraba todas las l铆neas.
Rebeca apag贸 el televisor con un golpe seco. No necesitaba escuchar m谩s. Sab铆a lo que ten铆a que hacer. Si el mundo quer铆a quit谩rselo, ella luchar铆a con u帽as y dientes. Despu茅s de todo, ¿qu茅 no har铆a una hija por el amor de su padre?
El crep煤sculo te帽铆a la mansi贸n de tonos dorados cuando Rebeca termin贸 de prepararse, cada movimiento calculado como en un ritual sagrado. El espejo del vestidor le devolvi贸 la imagen de una diosa de encaje negro: el corpi帽o, tejido como una segunda piel, levantaba sus pechos hasta crear un escote que invitaba al pecado, mientras las medias con ligueros dibujaban l铆neas obscenas en sus muslos de porcelana. No llevaba nada m谩s, solo el perfume de Alexander que se hab铆a robado de su botella y aplicado entre los senos, donde el aroma se mezclaba con el calor de su piel.
El tictac del reloj marcaba el paso de los minutos hasta su llegada. Rebeca se mordi贸 el labio inferior al escuchar por fin el ruido del auto en la entrada, sus piernas temblaron levemente cuando la puerta principal se abri贸 con un crujido familiar. Alexander entr贸 como una tormenta, su traje impecable ocultando la bestia que ella conoc铆a tan bien, pero sus ojos oscuros delataban el cansancio de otro d铆a luchando contra acusaciones que parec铆an multiplicarse.
Rebeca emergi贸 de las sombras del pasillo como un sue帽o er贸tico hecho realidad, sus tacones altos resonando sobre el m谩rmol con cada paso calculado.
— Papi... tu princesa te esperaba — susurr贸, deteni茅ndose justo fuera de su alcance, dejando que su aroma y su silueta hicieran el resto del trabajo.
Alexander dej贸 caer el malet铆n al instante. El cuero golpe贸 el suelo con un sonido sordo, igual que su respiraci贸n al entrecortarse.
— Dios m铆o... — fue todo lo que atin贸 a decir, sus manos ya temblorosas extendi茅ndose hacia ella.
Pero Rebeca no se dej贸 tocar. En lugar de eso, se hundi贸 lentamente de rodillas frente a 茅l, sus manos h谩biles desabrochando el cintur贸n y el pantal贸n con la destreza de quien ha so帽ado este momento cientos de veces. Cuando liber贸 su erecci贸n, ya palpitante y h煤meda en la punta, contuvo un gemido al verla de cerca: gruesa, venosa, coronada por ese glande rojizo que conoc铆a tan bien.
— Deja que tu princesa te cuide — murmur贸 antes de inclinarse y besar la punta con una ternura que contrastaba con el fuego en sus ojos.
El primer contacto fue una caricia de lengua apenas perceptible, un roce ligero desde la base hasta la corona, saboreando el l铆quido salado que ya asomaba. Alexander maldijo entre dientes, sus manos enterr谩ndose en su cabello casta帽o para guiarla, pero Rebeca se resisti贸, manteniendo el control.
— Shhh... d茅jame hacerlo a mi manera — susurr贸 alzando la mirada, sus labios brillantes por la humedad de su miembro.
Y entonces comenz贸 el verdadero ritual.
Su boca se cerr贸 alrededor de la cabeza, succionando con precisi贸n mientras una mano se enroscaba en la base, bombeando al ritmo que su lengua establec铆a. Cada bajada era una promesa, cada subida una tortura deliberada. Rebeca alternaba entre movimientos lentos, casi perezosos, donde apenas la punta entraba en ese calor h煤medo, y embestidas profundas que hac铆an que su nariz se enterrara en el vello p煤bico de su padre.
— Mierda... esa boquita... — Alexander gru帽贸, sus caderas empujando hacia adelante sin poder evitarlo.
Rebeca lo dej贸, incluso lo alent贸, relajando la garganta para tomar m谩s de 茅l cada vez, hasta que las l谩grimas asomaban en sus pesta帽as por el esfuerzo. Sus manos no se quedaban atr谩s: una segu铆a trabajando la base, mientras la otra se deslizaba entre sus propias piernas, encontrando su cl铆toris hinchado a trav茅s del encaje.
El sonido de sus gemidos vibrando alrededor de su miembro fue lo que rompi贸 a Alexander. Con un rugido, sus manos se apretaron en su pelo y comenz贸 a empujar hacia adentro con fuerza, usando su boca como necesitaba, como siempre hab铆a so帽ado. Rebeca dej贸 que lo hiciera, entreg谩ndose al dominio que tanto la excitaba, hasta que sinti贸 el primer chorro caliente en su garganta.
No retrocedi贸. No desperdici贸 una gota.
Cuando finalmente Alexander se separ贸, jadeando, Rebeca se limpi贸 los labios con el dorso de la mano antes de alzar la mirada, sus ojos brillando con una pregunta que ya conoc铆a la respuesta.
— Papi... ¿es verdad que violaste a esas tres mujeres?
Alexander, todav铆a recuperando el aliento, se inclin贸 para acariciar su mejilla con un pulgar.
— No, princesa — admiti贸 sin verg眉enza, su voz tan serena como si hablara del clima —. En realidad fueron nueve. Todas parecidas a vos. Era la 煤nica forma de reprimir lo que realmente quer铆a.
Rebeca no sinti贸 asco. No sinti贸 pena por esas desconocidas. Solo una ola de felicidad tan intensa que casi la mare贸: cada una de esas mujeres hab铆a sido un sustituto, un fantasma de lo que 茅l realmente deseaba. Hab铆a sido como hacerlo con ella, pero sin ser ella.
Una sonrisa lenta se dibuj贸 en sus labios todav铆a h煤medos antes de pronunciar las 煤nicas palabras que importaban:
— Te amo, papi.
Y en ese momento, mientras Alexander la levantaba en sus brazos para llevarla al dormitorio, los fantasmas del pasado se disolvieron, dejando solo la verdad cruda y hermosa de su amor prohibido.
CONTINUAR脕...

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