Ser su Prostituta por una Noche - Parte 1
El vestido negro se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, sedosa y fr铆a al deslizarse sobre sus muslos. Candela observ贸 su reflejo en el espejo de cuerpo entero, una silueta esbelta y bien definida que emerg铆a de la penumbra de su habitaci贸n. Las curvas, marcadas de manera natural, parec铆an acentuarse bajo la tenue luz, un mapa de promesas que solo ella conoc铆a en su totalidad. Bajo el vestido, la lencer铆a negra, un conjunto de encaje que m谩s que cubrir, delimitaba, era el secreto que solo ella y la noche conocer铆an. Sus dedos, ligeramente temblorosos, acariciaron el escote, sintiendo el latido acelerado de su propio coraz贸n bajo la yema. Un susurro escap贸 de sus labios, cargado de una mezcla de v茅rtigo y determinaci贸n: —Hoy cumplir茅 mi fantas铆a.
La frase flot贸 en la habitaci贸n, un hechizo que llevaba a帽os tejiendo en su mente. Desde la inocencia perturbada de la adolescencia, la idea hab铆a crecido con ella, un reto帽o oscuro y retorcido que florec铆a en la privacidad de sus noches m谩s solitarias. No era el acto simple, sino la entrega total, la abdicaci贸n de su yo cotidiano para sumergirse en el papel m谩s prohibido: el de una prostituta por una noche. La transacci贸n cruda, el dinero que transformaba su cuerpo en mercanc铆a, era el ritual que la fascinaba. Y entonces, como si su deseo hubiera sido una oraci贸n escuchada por una deidad perversa, la propuesta lleg贸. Un mensaje directo en una de sus redes, un perfil casi en blanco, un nombre: Leopoldo. Cincuenta y tres a帽os. Una oferta clara, fr铆a, acompa帽ada de una cifra que hizo que le faltara el aire. No lo dud贸. La respuesta fue un simple "S铆". La oportunidad era demasiado perfecta, demasiado real para dejarla escapar.
Baj贸 las escaleras de su edificio con pasos que pretend铆an ser firmes, pero que el tac贸n alto hac铆a tambalear levemente. La bolsa peque帽a, con lo justo, colgaba de su hombro. Al abrir la puerta de la calle, la noche h煤meda la envolvi贸. Y ah铆 estaba 茅l. Parado junto a un Mercedes W201 negro, impoluto, un artefacto de otra 茅poca que parec铆a contener la misma quietud amenazante que el hombre. Leopoldo. Cincuenta y tres a帽os que parec铆an tallados en madera dura y sin pulir. No era atractivo; sus facciones eran toscas, su cuerpo ancho bajo un abrigo oscuro, su calvicie avanzada. Pero su aura… su aura era una pared s贸lida, intimidante. No emanaba calor, sino una autoridad fr铆a que pareci贸 golpear a Candela en el est贸mago.
—Candela —dijo su nombre. No fue una pregunta. Era una afirmaci贸n, la verificaci贸n de una propiedad.
Ella asinti贸, incapaz de articular una palabra. Sus nervios no eran solo ansiedad; era la excitaci贸n punzante de quien est谩 a punto de saltar al vac铆o.
—Sube —orden贸 茅l, abriendo la puerta del coche.
Ella se desliz贸 en el asiento de cuero, que ol铆a a limpieza y a tabaco viejo. 脡l arranc贸 el motor, un rugido contenido, y antes de poner primera, su mano, grande y con venas marcadas, se pos贸 en su muslo, justo donde el vestido se deten铆a. La piel de Candela se eriz贸. Su mano se desliz贸 hacia atr谩s y le dio una nalgadita suave, pero firme. No fue un gesto cari帽oso, fue una demarcaci贸n.
—Hoy aprender谩s a ser una puta obediente —dijo, su voz un rumor grave que vibraba en el interior del coche.
A ella le pareci贸 extra帽o, brutalmente directo, pero una descarga de electricidad sucia recorri贸 su espina dorsal, concentr谩ndose en su bajo vientre. Juguete贸 con la idea, sumergi茅ndose en el personaje.
—Lo que t煤 digas… —murmur贸, intentando sonar seductora, juguetona.
脡l no sonri贸. Sus ojos no se despegaron de la carretera. Condujo en silencio durante unas pocas cuadras, hasta que un cartel luminoso, vulgar y prometedor, anunci贸 el motel. Candela contuvo la respiraci贸n. Esto era real. 脡l estacion贸 frente a una de las puertas garaje, baj贸, pag贸 en una ventanilla y activ贸 el port贸n que se alz贸 para revelar una habitaci贸n an贸nima. Entraron y el port贸n se cerr贸 detr谩s de ellos con un sonido met谩lico y definitivo.
La habitaci贸n era predecible: una cama redonda con un colch贸n enorme, espejos en el techo, una luz tenue y rojiza. Leopoldo se quit贸 el abrigo y lo colg贸 con una precisi贸n militar. Luego, sac贸 un sobre grueso de su bolsillo interior y lo dej贸 sobre la mesita de noche.
—Mil d贸lares —dijo, sin emoci贸n—. Como acordamos. Por esa suma, esta noche eres toda m铆a.
Ella mir贸 el sobre, luego a 茅l. El juego continuaba.
—S铆, papi —respondi贸, con una voz m谩s aguda de lo normal, jugando a ser sumisa, a煤n ignorante de los verdaderos c贸digos de la dominaci贸n que manejaba aquel hombre.
Pero Leopoldo no jugaba. Su movimiento fue r谩pido, brutalmente eficiente. Con una fuerza que la dej贸 sin aliento, la agarr贸 de los hombros y la dio vuelta, enfrent谩ndola a la cama. Sus manos, fuertes como tenazas, inmovilizaron sus mu帽ecas en la espalda. Ella sinti贸 el fr铆o del metal un instante antes de o铆r el clic seco y definitivo. Las esposas de polic铆a se cerraron alrededor de sus mu帽ecas, apretando con una dureza impersonal.
"¿Qu茅…?" pens贸, el juego de repente adquiriendo una textura demasiado real, demasiado fr铆a.
Forzando una risa sensual, un 煤ltimo intento de mantener el control de la narrativa que cre铆a compartir, pregunt贸 sobre su hombro —¿Te gusta jugar al polic铆a, papi?
La respuesta no fue un juego. Su voz cort贸 el aire como un cuchillo, llena de un desprecio glacial —No. Me gusta educar a las putas.
Ella se dio la vuelta todo lo que las esposas le permitieron, y por primera vez vio realmente la expresi贸n en el rostro de Leopoldo. No hab铆a lujuria, ni siquiera deseo crudo. Hab铆a una sombra, una seriedad absoluta, la mirada de un artesano que est谩 a punto de comenzar a trabajar. El juego hab铆a terminado. La fantas铆a se enfrentaba a la realidad de un s谩dico que no pretend铆a fingir.
"Esto es real. Esto no es un juego. ¿Qu茅 he hecho?" El pensamiento cruz贸 su mente como un rel谩mpago de p谩nico, pero iba acompa帽ado de una humedad traidora entre sus muslos, una excitaci贸n profunda y avergonzante que se alimentaba del miedo.
Con un empuj贸n que no admit铆a resistencia, Leopoldo la lanz贸 de bruces sobre la cama. Cay贸 con un gemido ahogado, la cara hundida en la colcha, su vestido subido por la fuerza del impacto, revelando las bragas de encaje negro y la piel de sus nalgas, redondas y firmes, ahora expuestas y vulnerables. 脡l se tom贸 su tiempo. Camin贸 alrededor de la cama, y Candela, desde su posici贸n, solo pod铆a o铆r sus pasos lentos, deliberados, y ver sus zapatos negros y pulidos en el suelo.
"Est谩 mir谩ndome. Me est谩 mirando toda." La verg眉enza y la excitaci贸n se mezclaron en un c贸ctel vertiginoso.
Sus dedos, 谩speros y fr铆os, se posaron en el dobladillo de su vestido. Lentamente, con una tortuosa parsimonia, lo fue levantando, hasta que toda su espalda, su trasero y sus muslos quedaron completamente al descubierto. El aire de la habitaci贸n le golpe贸 la piel, eriz谩ndola. Su mano, ahora no tan fr铆a, se pos贸 en una de sus nalgas. La acarici贸, no con amor, sino con la evaluaci贸n de un carnicero que palpa un corte de carne. Apret贸 la carne firme, masaje谩ndola con rudeza, marcando su posesi贸n sobre ella.
—Tienes un buen cuerpo para esto —murmur贸, m谩s para s铆 mismo que para ella—. Duro. Joven.
Candela tembl贸. Ya no hab铆a palabras juguetonas en su boca. Solo una expectativa aterrada y electrizante.
Entonces, la pregunta lleg贸. Su voz era calmada, curiosamente pedag贸gica, pero cargada de una maldad subyacente que hel贸 la sangre de Candela al mismo tiempo que avivaba el fuego en su interior —Dime, Candela. ¿Cu谩ntos cinturonazos crees que aguantar谩s?
El silencio que sigui贸 fue roto solo por el sonido de su propia respiraci贸n entrecortada y el crujir de cuero cuando Leopoldo se desabroch贸 el cintur贸n de su pantal贸n. La fantas铆a hab铆a desaparecido. Solo quedaba la verdad desnuda, dura y esperando a ser administrada por las manos de un maestro.
La expectativa se condens贸 en la habitaci贸n, un silencio pesado solo roto por el leve crujir del cuero en las manos de Leopoldo. Candela, con el rostro enterrado en la colcha, sent铆a cada latido de su coraz贸n como un tambor de guerra dentro de su pecho. La vulnerabilidad de su posici贸n, boca abajo, nalgas al aire y manos esposadas a la espalda, era absoluta. Pod铆a sentir la mirada de 茅l recorri茅ndola, midi茅ndola, evaluando la resistencia de la carne que estaba a punto de castigar. Entonces, el aire se cort贸. Un silbido siniestro precedi贸 al impacto. El cintur贸n de cuero, doblado en la mano experta de Leopoldo, descendi贸 con una fuerza brutal que no pretend铆a ser amable ni sensual. Se estrell贸 contra la redondez de su nalga izquierda con un chasquido seco, estridente, que reverber贸 en los espejos del techo. El dolor fue inmediato, un estallido agudo y ardiente que le arranc贸 un jadeo entrecortado, ahogado por la tela de la cama. No era un dolor ambiguo; era una l铆nea de fuego perfectamente definida que le marc贸 la piel al instante.
"¡Dios! ¡Duele!" El pensamiento fue un grito mudo, una reacci贸n primaria al agravio f铆sico. Pero bajo el dolor, como una corriente subterr谩nea y traicionera, algo m谩s se movi贸. Una sacudida el茅ctrica, un calambre de pura adrenalina que se mezcl贸 con la humedad que ya empapaba su entrepierna. La sorpresa y la confusi贸n fueron tan grandes como el escozor. Con la voz quebrada por el shock y la extra帽a excitaci贸n que no pod铆a controlar, logr贸 articular una pregunta —¿Por qu茅? —. La palabra son贸 infantil, vulnerable, una s煤plica que buscaba una raz贸n en aquel acto de violencia gratuita.
La respuesta de Leopoldo no se hizo esperar. No hubo pausa, ni compasi贸n. Un segundo latigazo cay贸, esta vez en la nalga derecha, con la misma precisi贸n demoledora. El dolor se intensific贸, superponi茅ndose al primero, y su cuerpo se arque贸 instintivamente, un intento in煤til de escapar de un castigo que ya hab铆a sido comprado y pagado. La voz de 茅l lleg贸, fr铆a como el acero, desde alg煤n lugar detr谩s de ella —Porque eres una puta —dijo, con una tranquilidad aterradora—. Y las putas desobedientes se educan as铆.
Ella llor贸 entonces. Las l谩grimas, calientes y saladas, brotaron sin permiso, empapando la colcha bajo su mejilla. La fantas铆a se resquebrajaba, mostrando su n煤cleo brutal y real. —Pero no me dijo que me har铆a esto —protest贸, con un hilo de voz que pretend铆a ser una defensa, un intento de negociar con un hombre que no cre铆a en la negociaci贸n.
Una risa baja, gutural, cargada de desprecio, fue la 煤nica respuesta antes de que el cintur贸n silbara de nuevo y se estrellara contra su piel ya sensibilizada. Ella grit贸, un sonido corto y agudo que el eco de la habitaci贸n absorbi贸 de inmediato. —Claro que no te lo dije —respondi贸 Leopoldo, y en su tono hab铆a una l贸gica perversa, inquebrantable—. Pero ahora ya te pagu茅. Y como puta que eres, tienes que obedecer. Calladita y aceptando lo que yo decida.
El silencio cay贸 sobre Candela como una losa. Las palabras de 茅l, duras e irrevocables, encontraron un eco amargo en lo m谩s profundo de su ser. "Tiene raz贸n." El pensamiento fue un golpe a煤n m谩s doloroso que los azotes. Ella hab铆a aceptado el dinero. Ella hab铆a subido al coche. Ella hab铆a entrado en esta habitaci贸n. Hab铆a vendido su cuerpo, su voluntad, por una noche. En el contrato t谩cito de su fantas铆a, ¿hab铆a alg煤n l铆mite real? La transacci贸n era clara: dinero a cambio de sumisi贸n. Y 茅l simplemente estaba cobrando lo que era suyo, de la manera que consideraba adecuada. La moralidad de ello era retorcida, pero innegable en su propia l贸gica distorsionada. Se mordi贸 el labio, ahogando otra protesta, sabiendo que no servir铆a de nada. Las l谩grimas siguieron fluyendo, pero ahora en silencio, un r铆o de aceptaci贸n amarga y de una excitaci贸n que crec铆a a la par del dolor.
Mientras su mente nadaba en ese mar de confusi贸n, otro azote la impact贸. Y luego otro. Y otro. Leopoldo fue met贸dico, implacable. Diez veces el cintur贸n se elev贸 y descendi贸, marcando su piel con l铆neas crueles de un rojo intenso que se iban oscureciendo hacia un p煤rpura incipiente. Cada impacto era una explosi贸n de dolor que reverberaba en todo su cuerpo, haci茅ndola temblar, haciendo que sus m煤sculos se tensaran hasta doler. Sus nalgas ard铆an como si le hubiesen aplicado una plancha caliente, un fuego constante y punzante que se convert铆a en el centro de todo su universo sensorial. "Estoy ardiendo. Me est谩 matando." Pero entre jadeo y jadeo, notaba que su respiraci贸n se entrecortaba no solo por el dolor, sino por una falta de aire que era pura excitaci贸n. Su pecho se oprim铆a contra la cama y sus caderas, instintivamente, se mov铆an en diminutos c铆rculos, buscando fricci贸n, alivio, algo.
Leopoldo observaba. Sus ojos no perd铆an detalle. Ve铆a el temblor de sus muslos, el arqueo sutil de su espalda, la manera en que sus nalgas se contra铆an despu茅s de cada azote, no solo en un espasmo de dolor, sino en una invitaci贸n involuntaria. Con un movimiento brusco, no de deseo sino de propiedad, hundi贸 sus dedos bajo la tela de la tanga negra y la corri贸 a un lado, exponiendo por completo su sexo, h煤medo e indefenso. Ella gimi贸, avergonzada, intentando cerrar las piernas, pero la posici贸n y su debilidad se lo imped铆an. Sus dedos, 谩speros por el trabajo o la edad, no tocaron la piel enrojecida de sus nalgas. Se dirigieron directamente a su entrepierna, encontrando la humedad abundante que all铆 se acumulaba. Juguete贸 con sus labios, abri茅ndolos, manch谩ndose los dedos con su lubricaci贸n traidora. Una sonrisa de triunfo cruel se dibuj贸 en su rostro.
—Disfrutas de ser azotada, ¿verdad, puta? —pregunt贸, y su voz era ahora una caricia sucia, un susurro victorioso que le recorri贸 la espalda como un escalofr铆o.
—¡No! —neg贸 ella de inmediato, con vehemencia, la verg眉enza superando por un instante todo lo dem谩s. Negar aquello era aferrarse a la 煤ltima esquina de su dignidad—. ¡No me gusta!
Pero Leopoldo no discut铆a. Actuaba. Sac贸 sus dedos empapados, brillantes a la luz rojiza de la habitaci贸n, y se los mostr贸 frente a la cara, oblig谩ndola a mirar la evidencia f铆sica de su propio placer perverso. —Mira —orden贸—. Mira c贸mo mientes. Tu cuerpo no miente, puta. Es m谩s honesto que tu boca.
Candela se qued贸 mirando sus dedos, la humedad que los cubr铆a. El olor de su propio sexo, mezclado con el aroma del cuero y el sudor, llen贸 sus fosas nasales. "¿Eso sali贸 de m铆?" La confusi贸n fue un remolino que la atrap贸. El dolor en sus nalgas era real, intenso, pero la humedad entre sus piernas tambi茅n lo era. "¿Me gusta? ¿Me gusta que me duela? ¿Qu茅 me humille?" Era una revelaci贸n aterradora, un descubrimiento de un lado de s铆 misma que nunca quiso reconocer, que su fantas铆a hab铆a insinuado pero que la realidad estaba confirmando con brutal eficacia. Se sent铆a rota, expuesta, y m谩s excitada que nunca en su vida.
Leopoldo no le dio tiempo a procesarlo. —Por mentirosa —anunci贸, con la voz recuperando su frialdad inicial—, te has ganado diez azotes m谩s.
—¡No, por favor! —intent贸 protestar ella, un 煤ltimo y d茅bil intento de rebeli贸n.
Pero el cintur贸n ya silbaba en el aire. El primer azote de esta nueva serie fue el m谩s doloroso de todos, cayendo sobre la piel ya magullada y super sensible. Un grito desgarrado sali贸 de su garganta. 脡l no mostr贸 prisa. Azotaba con un ritmo pausado, calculado, cada impacto una lecci贸n de sumisi贸n. Cinco veces cay贸 el cintur贸n, y despu茅s de la quinta, hizo una pausa. Sus dedos, los mismos que le hab铆a mostrado, volvieron a su entrepierna. Pero esta vez no fue una verificaci贸n. Fue una invasi贸n. Introdujo dos dedos en ella con brusquedad, encontrando su interior caliente y constre帽ido. Ella grit贸, pero el sonido se transform贸 en un gemido largo y tembloroso. 脡l la masturb贸 con rudeza, sin delicadeza, sus dedos movi茅ndose dentro de ella con un ritmo que parec铆a marcar el comp谩s de su propia dominaci贸n. La fricci贸n 谩spera, combinada con el dolor ardiente de sus nalgas, cre贸 una tormenta sensorial inmanejable. La humillaci贸n, el dolor, la sumisi贸n y el placer f铆sico se mezclaron en un c贸ctel explosivo del que no pod铆a escapar.
Su cuerpo traicion贸 sus 煤ltimas resistencias. Sinti贸 la presi贸n en su bajo vientre, una ola imparable que crec铆a alimentada por la contradicci贸n m谩s absoluta. Sus m煤sculos se tensaron alrededor de los dedos de 茅l, sus caderas empujaron contra su mano, buscando m谩s, necesitando m谩s. Con un grito ahogado que era mitad dolor, mitad 茅xtasis, el orgasmo estall贸 en ella, violento, convulsivo, un terremoto que la sacudi贸 de pies a cabeza. Las l谩grimas corr铆an libremente por su rostro mientras su cuerpo se estremec铆a incontrolablemente, pose铆do por una sensaci贸n que era a la vez la m谩s intensa y la m谩s vergonzosa de su vida.
"¿Por qu茅? ¿Por qu茅 me gusta tanto?" El pensamiento era un eco desesperado en la cacofon铆a de su climax. No lo entend铆a. Se sent铆a rota, una propiedad, completamente en poder de este hombre que hab铆a convertido su fantas铆a en una pesadilla de la que su cuerpo no quer铆a despertar.
Cuando los 煤ltimos espasmos la abandonaron, qued贸 tendida, exhausta, jadeando, sintiendo el latido furioso de su sexo y el fuego palpitante de sus nalgas. Leopoldo retir贸 sus dedos lentamente, con una satisfacci贸n obscena. Se inclin贸 sobre ella, y su mano, ahora suave, acarici贸 su cabello negro, sudoroso y enmara帽ado. —Est谩s aprendiendo tu lugar —murmur贸, y su voz sonaba casi paternal, si no fuera por el contenido de sus palabras—. Pero a煤n te falta mucho que aprender.
Su mano se enred贸 en su melena, apretando con suficiente fuerza para recordarle qui茅n mandaba. Candela cerr贸 los ojos, agotada, vencida, y todav铆a extra帽amente, ansiosa. Sab铆a, con una certeza que le helaba y calentaba la sangre al mismo tiempo, que 茅l ten铆a raz贸n. Esto solo era el principio. La noche era larga y Leopoldo, su due帽o por unas horas, reci茅n empezaba a jugar con su nueva presa.
Continuara...
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