Ser su Prostituta por una Noche - Parte 2
El eco del 煤ltimo azote a煤n resonaba en su carne, un latido sordo y ardiente que se hab铆a fusionado con el ritmo de su propia sangre. Candela yac铆a sobre la cama, agotada, con el rostro manchado de l谩grimas secas y el sabor salado de su llanto en los labios. El orgasmo convulsivo que la hab铆a sacudido minutos antes la hab铆a dejado vac铆a, flotando en un limbo de sensaciones contradictorias donde el dolor y el placer se entrelazaban en una madeja imposible de desenredar. La humillaci贸n de haber sido expuesta, de que 茅l hubiera visto y usado su excitaci贸n traidora, era un peso denso en su est贸mago, pero incluso ese peso sent铆a, de una manera perversa que no se atrev铆a a examinar, como una forma de posesi贸n. Sus nalgas eran un mapa de dolor, cada l铆nea marcada por el cintur贸n una frontera nueva en el territorio de su sumisi贸n.
La voz de Leopoldo cort贸 el silencio cargado, no con un grito, sino con una orden baja y expectante, como si estuviera hablando con un animal que deb铆a ser adiestrado —Ponte de rodillas. Ahora.
El comando no admit铆a discusi贸n. Era una continuaci贸n natural, el siguiente paso en el ritual de dominaci贸n que 茅l estaba dirigiendo con mano maestra. Candela se movi贸 con torpeza, el dolor de sus nalgas al rozar la colcha le arranc贸 un gemido ahogado. Las esposas a煤n sujetaban sus mu帽ecas a su espalda, forz谩ndola a una postura encorvada, vulnerable, mientras se arrastraba pesadamente al borde de la cama y dejaba caer su cuerpo al suelo fr铆o. Las baldosas helaron sus rodillas a trav茅s de las medias, un contraste brutal con el fuego que ard铆a en sus nalgas. Se arrodill贸, sinti茅ndose peque帽a e insignificante frente a la figura imponente de Leopoldo, que se hab铆a desabrochado los pantalones con movimientos calmados y deliberados.
脡l no se apresuraba. La observaba desde arriba, con una mezcla de desd茅n y curiosidad, como un cient铆fico observando a una criatura interesante en un experimento. Su mirada recorri贸 su cuerpo arrodillado, los hombros tensos, la espalda ligeramente arqueada por la incomodidad de las esposas, el vestido arrugado y subido hasta la cintura, mostrando las marcas de su castigo. —Mira qu茅 bonita est谩s —murmur贸, y no hab铆a admiraci贸n en su tono, solo la satisfacci贸n de un propietario ante un objeto que ha sido marcado como suyo—. Hecho una verdadera putita castigada.
Candela baj贸 la mirada, incapaz de sostenerla. Su coraz贸n martilleaba contra sus costillas. Sab铆a lo que ven铆a. Lo hab铆a imaginado en sus fantas铆as incontables veces, pero ahora, en la realidad, sazonado con dolor y humillaci贸n, era infinitamente m谩s intenso y aterrador. 脡l se acerc贸, y la sombra que proyect贸 sobre ella fue absoluta. —Abre la boca —orden贸.
Ella obedeci贸. Sus labios, secos y ligeramente temblorosos, se separaron. 脡l tom贸 su miembro erecto con una mano y guio la punta, ya h煤meda, hacia sus labios. El primer contacto fue una conmoci贸n. La piel de 茅l era suave y c谩lida, y el olor, limpio, pero inequ铆vocamente masculino, llen贸 sus sentidos. —Chupa —fue la siguiente orden, simple y directa.
Candela cerr贸 los ojos, sumergi茅ndose en la oscuridad de su propia sumisi贸n. Avanz贸 lentamente, tomando la punta en su boca. La textura era extra帽a, alien铆gena, pero su cuerpo, traicionero, respondi贸 con otro peque帽o flujo de excitaci贸n que la avergonz贸 profundamente. Comenz贸 a mover la cabeza hacia adelante y hacia atr谩s, con movimientos inicialmente torpes, aprendiendo la forma y el tama帽o de 茅l con su lengua. La punta golpeaba su paladar, un recordatorio intrusivo de la intrusi贸n. Su mente, nublada por el dolor residual y la confusi贸n, se centr贸 en la tarea, en la mec谩nica del acto. La lengua se movi贸, explorando la longitud sensible bajo el glande, lamiendo la peque帽a gota de fluido que ya asomaba, un sabor salado y ligeramente amargo que se convirti贸 en el sabor de su propia rendici贸n.
Leopoldo emiti贸 un gru帽ido bajo, de aprobaci贸n. Sus manos se posaron en su cabeza, no con fuerza al principio, sino como una gu铆a, dirigiendo el ritmo. —As铆 —murmur贸—. M谩s lento. Usa la lengua.
Ella ajust贸 su movimiento, obedeciendo. Su boca se llen贸 de 茅l, y la sensaci贸n de tenerlo dentro, de controlar su placer de una manera tan 铆ntima y a la vez tan sumisa, era abrumadoramente poderosa en su propia degradaci贸n. Mir贸 hacia arriba, a trav茅s de sus pesta帽as empapadas, y vio su rostro. Sus ojos estaban semicerrados, fijos en ella, observando cada movimiento de sus labios alrededor de su miembro. No hab铆a amor en esa mirada, ni siquiera lujuria en el sentido tradicional. Hab铆a posesi贸n. Pura y simple. La estaba usando, y disfrutaba vi茅ndose usado.
—Tienes veinti煤n a帽os —dijo su voz, un poco ronca ahora, pero a煤n cargada de esa autoridad que le helaba la sangre—, pero la chupas como una profesional. ¿Cu谩ntas vergas has tenido en esta boquita de 谩ngel, puta?
La pregunta, cargada de desprecio y de una insinuaci贸n sucia, le lleg贸 como un latigazo m谩s, pero este era verbal. La humillaci贸n fue instant谩nea, un rubor caliente que le subi贸 por el cuello y le quem贸 las mejillas. Pero, para su horror absoluto, tambi茅n fue profundamente excitante. La palabra "puta", que horas antes le hab铆a parecido un juego, ahora resonaba en lo m谩s hondo de su ser, defini茅ndola, reduci茅ndola a esto: una chica de rodillas, con las nalgas magulladas, chupando a un hombre que la despreciaba.
"¿Desde cu谩ndo soy tan sumisa?" El pensamiento surgi贸 de la nada, una pregunta desesperada dirigida a s铆 misma. ¿Siempre hab铆a estado ah铆, esta necesidad de ser dominada, de ser humillada, de ser reducida a un objeto? Sus fantas铆as juveniles, sus sue帽os m谩s secretos, todos apuntaban a esto. Pero enfrentarse a la realidad cruda de ello, a la mirada fr铆a de Leopoldo y a las palabras que la escup铆a, era un espejo que le mostraba una parte de s铆 misma que nunca quiso admitir plenamente. Y sin embargo, ah铆 estaba, moviendo la cabeza con m谩s fervor, tom谩ndolo m谩s profundo en su garganta, ahog谩ndose un poco con cada embestida que 茅l, ahora, empezaba a marcar con un leve movimiento de caderas.
Cada gemido ronco que 茅l emit铆a, cada contracci贸n de sus m煤sculos abdominales que ella pod铆a ver, era una moneda que a帽ad铆a a su propia excitaci贸n. Se sent铆a invaluable, una cosa, y esa sensaci贸n la liberaba de toda responsabilidad, de todo pensamiento. Solo exist铆a la boca, el movimiento, el sabor, el sonido de su respiraci贸n entrecortada y los comentarios degradantes que 茅l no cesaba de emitir.
—Mira c贸mo te traga —murmur贸 茅l, hablando m谩s para s铆 mismo que para ella—. A las putitas como t煤 les encanta sentir que las usan. ¿Verdad? ¿Te gusta sentir mi verga en tu garganta, nena?
Ella no pod铆a responder, pero un gemido ahogado, de afirmaci贸n, vibr贸 alrededor de su miembro. Sus manos, esposadas a su espalda, se apretaron en pu帽os impotentes. Leopoldo not贸 su sumisi贸n creciente, su entrega total al acto, y su ritmo se volvi贸 m谩s insistente, m谩s profundo. Ya no la guiaba; la usaba. Sus dedos se enredaron con m谩s fuerza en su cabello negro, tirando de 茅l para controlar mejor el 谩ngulo, para profundizar la penetraci贸n.
Candela sinti贸 que se acercaba al l铆mite. Las arcadas surg铆an instintivamente, pero ella las suprim铆a, forzando su garganta a relajarse, a aceptarlo. Las l谩grimas volvieron a brotar, esta vez no solo de dolor o confusi贸n, sino del esfuerzo f铆sico y la abrumadora intensidad emocional. Ve铆a su propio reflejo distorsionado en los zapatos pulidos de 茅l: una chica arrodillada, violada, llorando con un hombre en la boca. Y la imagen, en lugar de horrorizarla, la excitaba hasta un punto que rozaba lo insoportable.
Leopoldo lo sab铆a. Lo sent铆a en la forma en que su garganta se constre帽铆a alrededor de 茅l, en los gemidos que vibraban a trav茅s de su cuerpo. —Vas a tragar todo, puta —gru帽贸, su voz tensa por la proximidad del climax—. Cada 煤ltima gota. Es lo que mereces.
Fue la orden final. Con un gru帽ido gutural, sus caderas se estrellaron contra su rostro, y 茅l explot贸 en lo m谩s profundo de su garganta. Candela sinti贸 el calor, la textura, el sabor acre y salado llen谩ndola, inundando sus sentidos. No tuvo opci贸n. Trag贸, con arcadas y con l谩grimas corriendo libremente por su rostro, obedeciendo la orden como la sumisa que descubr铆a que era en lo m谩s profundo de su alma. El acto de tragar, de incorporar f铆sicamente su sumisi贸n, fue el punto m谩s bajo y a la vez m谩s alto de su humillaci贸n.
Cuando 茅l se retir贸, lentamente, ella se qued贸 arrodillada, jadeando, con el aliento entrecortado, el ment贸n brillante y los labios hinchados. Leopoldo se arregl贸 la ropa con la misma calma con la que lo hab铆a hecho todo. La mir贸 desde arriba, con una sonrisa de satisfacci贸n cruel.
—Bien —dijo, como si evaluara el desempe帽o de un instrumento—. Muy bien. La lecci贸n avanza.
Candela no pod铆a mover, usada y completamente excitada.
Continuara...
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