Ser su Prostituta por una Noche - Parte 3
La respiraci贸n de Candela a煤n era irregular, un ritmo entrecortado que mezclaba el esfuerzo de la garganta profundamente penetrada con los sollozos residuales que sacud铆an sus hombros. Arrodillada en el suelo fr铆o, el sabor salado y amargo de la sumisi贸n a煤n impregnaba su boca, un recordatorio f铆sico de la humillaci贸n total que acababa de experimentar y, para su confusi贸n creciente, disfrutar. Leopoldo se ajust贸 con calma, su sombra cayendo sobre ella como un manto de autoridad incontestable. Sus ojos, ahora con un brillo de satisfacci贸n ligeramente m谩s c谩lido, pero no menos intimidante, la recorreron como si evaluara una escultura reci茅n esculpida, su obra.
Su mano, grande y con venas marcadas, se extendi贸 no para golpear, sino para tocar. Los dedos, que minutos antes hab铆an sido instrumentos de verificaci贸n y castigo, se posaron ahora en su hombro, recorriendo la l铆nea de su clav铆cula con una posesividad que hizo que un nuevo escalofr铆o, diferente al del dolor, le recorriera la espalda. No era una caricia de amor o de deseo rom谩ntico; era la caricia de un propietario que palpa la calidad de su adquisici贸n. La mano descendi贸 por su espalda, evitando con una crueldad deliberada las marcas ardientes de las nalgas, para detenerse en la curva de su cintura, apretando la carne con una firmeza que afirmaba su control. —Qu茅 joven est谩s —murmur贸, y su voz era un zumbido grave que vibraba en el aire quieto—. Toda tensa y temblorosa. Perfecta.
Candela permaneci贸 inm贸vil, permitiendo el examen. Sus m煤sculos, antes tensos por el miedo y la resistencia, ahora se relajaban bajo su tacto, no por placidez, sino por una rendici贸n profunda y extra帽amente pac铆fica. "Es como si mi cuerpo ya no me perteneciera." El pensamiento flot贸, no con p谩nico, sino con una sensaci贸n de alivio. La responsabilidad de ser ella misma, de tomar decisiones, se esfumaba bajo la mano de este hombre. Solo exist铆a la obediencia.
Luego, con un movimiento que fue a la vez brusco y ritual铆stico, Leopoldo sac贸 una llave peque帽a. —No muevas un m煤sculo —orden贸, mientras se colocaba detr谩s de ella. Candela contuvo el aliento. Sinti贸 el fr铆o metal de las esposas contra sus mu帽ecas doloridas, luego el clic met谩lico de la cerradura al liberarse. Un alivio instant谩neo, casi doloroso, recorri贸 sus brazos al separarse, la circulaci贸n regresando a sus manos entumecidas con un hormigueo agudo. Se frot贸 instintivamente las mu帽ecas, donde las argollas met谩licas hab铆an dejado marcas rojas y profundas, nuevos anillos de sumisi贸n grabados en su piel.
Pero la libertad fue ef铆mera. La voz de Leopoldo, implacable, cort贸 el breve momento de autoconsciencia —Ahora, desn煤date. Completamente. Para m铆.
La orden era clara. Candela, todav铆a de rodillas, alz贸 la mirada hacia 茅l. Su rostro era una m谩scara de expectativa impaciente. No hab铆a lugar para la verg眉enza t铆mida; esa puerta hab铆a sido derribada a golpes. Con manos que todav铆a temblaban levemente, comenz贸. Primero, se quit贸 los tacones, dejando sus pies desnudos y fr铆os contra el suelo de baldosas. Luego, se levant贸 con dificultad, las piernas d茅biles, el dolor de sus nalgas protestando con cada movimiento. Afront贸 la tarea con una extra帽a meticulosidad, como si cada prenda que quitaba fuera una capa m谩s de su antigua identidad que se desprend铆a. El vestido ajustado, ahora arrugado y manchado, lo desliz贸 sobre sus hombros y lo dej贸 caer al suelo, formando un charco negro a sus pies. Luego, con movimientos lentos, casi ceremoniales, se desprendi贸 de las medias enredadas, de la tanga negra de encaje, ya empapada y rasgada por el uso brutal, y finalmente del sost茅n, liberando sus pechos firmes, cuyos pezones estaban erectos no por el fr铆o, sino por la excitaci贸n constante y la anticipaci贸n.
Qued贸 completamente desnuda bajo la luz rojiza de la habitaci贸n. Su cuerpo, esbelto y bien definido, con esas curvas marcadas de manera natural que tanto le hab铆an gustado siempre, estaba ahora expuesto en su totalidad. Las marcas del cintur贸n en sus nalgas eran un violento contraste de rojo y p煤rpura contra la palidez del resto de su piel. Cruz贸 los brazos instintivamente sobre el pecho, un 煤ltimo y d茅bil acto de pudor.
Leopoldo dio un paso adelante. Su mirada era escrutadora, fr铆a, como un joyero examinando una piedra preciosa bajo una lupa. Recorri贸 cada cent铆metro de ella: los pechos altos, la cintura estrecha, las caderas generosas, el tri谩ngulo oscuro de vello p煤bico, y finalmente, las marcas que 茅l mismo hab铆a puesto. —Tienes un cuerpo de puta —declar贸, y su tono era factual, no insultante—. Dise帽ado para dar placer y para recibir castigo. Pero… —hizo una pausa, y su dedo 铆ndice se alz贸 para se帽alar sus nalgas—… a煤n le faltan marcas. Un lienzo tan perfecto no puede estar semivac铆o.
Candela sinti贸 una punzada de miedo, pero fue inmediatamente ahogada por una oleada de excitaci贸n tan intensa que le hizo debilitarse las piernas. "¿M谩s? ¿Todav铆a quiere m谩s?" Pero su cuerpo ya respond铆a, un calor h煤medo brotando de nuevo entre sus piernas, una necesidad casi dolorosa de someterse otra vez.
—Gira —orden贸 茅l—. Pon las manos contra la pared. Separa las piernas.
Ella obedeci贸. Cada movimiento era mec谩nico, guiado por un instinto reci茅n descubierto. La pared estaba fr铆a contra sus palmas sudorosas. Apoy贸 la frente contra el yeso, cerr贸 los ojos y esper贸. La posici贸n la expon铆a por completo, mostrando su espalda, sus nalgas magulladas y el vulnerable espacio entre sus piernas al hombre que estaba detr谩s de ella. Escuch贸 el crujir familiar del cuero. No era el mismo cintur贸n; esta vez era uno m谩s delgado, m谩s flexible, que silb贸 de manera m谩s aguda al cortar el aire.
El primer azote no cay贸 donde ella esperaba. No fue en sus nalgas. La correa de cuero se estrell贸 contra la parte posterior de sus muslos, justo por encima de las rodillas. El dolor fue agudo, una l铆nea de fuego que le hizo gritar y arquear la espalda instintivamente. —¡Quieta! —rugi贸 Leopoldo, y su voz no admit铆a r茅plica.
El segundo azote cruz贸 sus om贸platos, dejando una marca horizontal que ard铆a como una brasa. Candela jade贸, apretando los ojos con m谩s fuerza. El tercero la flagel贸 en la parte baja de la espalda, justo por encima de las nalgas, un lugar particularmente sensible que la hizo saltar sobre sus pies. Pero entonces, algo cambi贸 dentro de ella. Con cada impacto, con cada nueva marca que se imprim铆a en su piel, una sensaci贸n de extra帽a claridad comenz贸 a emerger de la confusi贸n y el dolor.
El cuarto azote cruz贸 la parte posterior de sus pantorrillas. El quinto, la curva de sus caderas. Y con cada uno, Candela no solo sent铆a el dolor; sent铆a una liberaci贸n. Cada golpe era un golpe contra sus inhibiciones, contra sus miedos, contra la chica educada y contenida que hab铆a sido toda su vida. Era como si el cintur贸n no estuviera marcando su piel, sino liberando a la verdadera persona que hab铆a estado escondida dentro, gritando por salir.
"Esto es… esto es lo que quer铆a." El pensamiento fue una epifan铆a dolorosa y gloriosa. No era solo la fantas铆a sexual; era la necesidad profunda de ser quebrantada, de ser pose铆da de una manera tan absoluta que no quedara espacio para las dudas, para las decisiones, para el yo. El dolor se transform贸. Ya no era solo un castigo; era una purga, una ceremonia de bienvenida a su verdadero ser.
Comenz贸 a disfrutar de cada azote. No del dolor en s铆, sino de lo que representaba: la entrega total. Un gemido escap贸 de sus labios, pero este gemido no era de angustia. Era de aceptaci贸n. De placer. Movi贸 las caderas levemente, invitando al siguiente golpe, anhelando la mordida del cuero, la marca que la reafirmar铆a como suya.
Leopoldo, perceptivo como un depredador, lo not贸 de inmediato. —Mira —murmur贸, y su voz sonaba casi admirada—. Mira c贸mo la puta pide m谩s. ¿Te gusta que te marquen, nena? ¿Te gusta que tu cuerpo lleve las se帽ales de tu due帽o?
—¡S铆! —grit贸 ella, la palabra saliendo de lo m谩s hondo de su ser, un grito de liberaci贸n que reson贸 en la habitaci贸n—. ¡S铆, papi!
La respuesta fue otro azote, esta vez en la parte m谩s carnosa de sus nalgas, superponi茅ndose a las marcas anteriores. Un grito de dolor y 茅xtasis se mezcl贸 en su garganta. Sinti贸 que, por primera vez en su vida, estaba haciendo algo que realmente la completaba. Cada nervio, cada pensamiento, cada part铆cula de su ser estaba concentrada en este momento, en esta experiencia, en esta rendici贸n total. No hab铆a pasado, no hab铆a futuro, no hab铆a Candela la estudiante, la hija, la amiga. Solo hab铆a esta mujer, desnuda y marcada, contra una pared, recibiendo el dolor que anhelaba como si fuera la lluvia despu茅s de una larga sequ铆a. Era la pieza que siempre hab铆a faltado en el rompecabezas de su existencia, y por fin, aunque fuera a trav茅s del dolor y la humillaci贸n, hab铆a encajado en su lugar.
El 煤ltimo latigazo del cintur贸n a煤n resonaba en la habitaci贸n, un eco cruel que se fund铆a con el jadeo entrecortado de Candela. La piel de su espalda y sus nalgas era un mapa en llamas, un territorio reci茅n conquistado y marcado con la furia fr铆a de Leopoldo. Pero lejos de sentir la urgencia de escapar, una calma profunda, casi hipn贸tica, se hab铆a apoderado de ella. Apoyada contra la pared fr铆a, con las palmas de las manos aplanadas contra el yeso y la frente pegada a la superficie, sent铆a cada marca palpitando al un铆sono, como si su cuerpo entero se hubiera convertido en un solo 贸rgano sensorial, vibrante y dolorosamente vivo. Las l谩grimas hab铆an cesado, replacedo por una aceptaci贸n sudorosa y jadeante. "Esto soy. Esto es lo que siempre quise ser." El pensamiento no era una revelaci贸n aterradora, sino la constataci贸n de un hecho simple e irrevocable, como descubrir el color verdadero de sus ojos despu茅s de una vida de mirarse en espejos distorsionados.
Leopoldo observaba. Su respiraci贸n era apenas un poco m谩s r谩pida, el 煤nico indicio de la excitaci贸n que lo recorr铆a. Dej贸 caer el cintur贸n al suelo con un ruido sordo y se acerc贸 a ella. No hubo transici贸n, ni palabras de advertencia. Sus manos, grandes y implacables, se cerraron alrededor de sus caderas con una fuerza bruta que le arranc贸 un gemido ahogado. Sus dedos se hundieron en la carne sensible de sus muslos, justo donde las marcas delgadas y ardientes del l谩tigo comenzaban a inflamarse. La tir贸 hacia atr谩s con un movimiento seco, separ谩ndola de la pared solo para empujarla de nuevo contra ella, pero esta vez con su propio cuerpo como ancla. La espalda desnuda y lastimada de Candela choc贸 contra el torso fully clothed de Leopoldo, y el contraste entre la tela 谩spera de su camisa y su piel ultra sensible fue otra descarga el茅ctrica.
—Mir谩 lo que hiciste —murmur贸 茅l contra su o铆do, su voz un rumor 谩spero que le eriz贸 la nuca—. Mir谩 c贸mo quedaste. Toda marcada. Ahora s铆, ahora sos m铆a de verdad.
Ella no pod铆a verlo, pero pod铆a sentirlo. Pod铆a sentir la dureza de 茅l presionando contra la entrada de sus nalgas, una promesa brutal e inminente. Su propio cuerpo, traidor y gloriosamente honesto, respondi贸 inmediatamente. Un flujo caliente de excitaci贸n inund贸 su entrepierna, y un gemido largo y tembloroso se escap贸 de sus labios. —S铆… —susurr贸, y la palabra son贸 ronca, irreconocible para sus propios o铆dos—. Tuya.
Esa fue la invitaci贸n que Leopoldo estaba esperando. Con una mano a煤n agarrando su cadera con fuerza de tenaza, la otra gui贸 su miembro hacia la entrada de su sexo, que estaba absurdamente h煤medo, preparado no por caricias sino por el dolor y la humillaci贸n. No hubo preliminares, ni delicadeza, ni la m谩s m铆nima intenci贸n de prepararla. 脡l ya lo hab铆a hecho a su manera, con el cintur贸n y las palabras. Con un empuje brutal de sus caderas, la penetr贸 por completo.
El grito de Candela se ahog贸 contra la pared. El dolor fue agudo, una sensaci贸n de desgarro y de plenitud extrema que se apoder贸 de ella de una vez. 脡l era grande, y la entrada fue violenta, un claiming inmediato y total de su interior. —¡Ah, papi! —grit贸, y no era una queja, era una confirmaci贸n.
Leopoldo no esper贸 a que se adaptara. Comenz贸 a moverse con una cadencia salvaje, embisti茅ndola contra la pared con una fuerza que hac铆a temblar el cuadro barato colgado a su lado. Cada embestida era un impacto que resonaba en todo su cuerpo, haciendo que el dolor de sus marcas se reavivara, mezcl谩ndose con la sensaci贸n de ser rellenada, pose铆da, hasta el fondo. Sus manos se deslizaron desde sus caderas hasta sus pechos, agarrando los senos firmes y apret谩ndolos con rudeza, los dedos retorciendo sus pezones hasta el borde del dolor, marc谩ndola tambi茅n all铆.
—¿Te gusta, puta? —gru帽贸 茅l, su aliento caliente en su cuello—. ¿Te gusta que te rompa as铆? ¿Que te use como el juguete que sos?
Candela no pod铆a articular una respuesta coherente. Su mundo se hab铆a reducido a sensaciones brutales. El golpeteo de sus caderas contra sus nalgas magulladas, un dolor sobre otro dolor que se transformaba en un placer perverso. La fricci贸n 谩spera y profunda dentro de ella, que encontraba puntos que ni ella misma conoc铆a. La pared fr铆a contra sus mejillas y sus pechos, y el cuerpo caliente y sudoroso de 茅l aplast谩ndola por detr谩s. —¡S铆! ¡S铆! —jadeaba, cada s铆laba sincronizada con una embestida—. ¡M谩s, papi, por favor, m谩s!
Era una s煤plica, una oraci贸n. Cada palabra soez que 茅l le escup铆a al o铆do, cada insulto, era un ladrillo m谩s en el edificio de su sumisi贸n. "Puta". "Zorra". "Juguete". Cada una la defin铆a, la constru铆a, la liberaba de la carga de ser Candela. Ahora era solo esto: un cuerpo que recib铆a, que aceptaba, que disfrutaba de ser usado con una intensidad que rayaba en lo violento.
Leopoldo, estimulado por su entrega total, por los gemidos guturales que ya no pod铆a contener, intensific贸 el ritmo. Una de sus manos se enred贸 de nuevo en su cabello negro, tirando de su cabeza hacia atr谩s, arqueando su espalda a煤n m谩s, exponiendo su cuello como una ofrenda. La otra mano se baj贸 entre sus piernas, encontrando el cl铆toris hinchado y sensible, y comenz贸 a frotarlo con movimientos circulares duros y r谩pidos, sincronizados con sus embestidas.
—¡Vas a venir, puta! —le orden贸, su voz distorsionada por el esfuerzo y la excitaci贸n—. ¡Vas a venir con mi verga adentro! ¡Me lo vas a chupar todo!
La combinaci贸n fue demasiado. La presi贸n dentro de ella, la fricci贸n externa, el dolor, la humillaci贸n, la voz de 茅l dictando su propio placer… Candela sinti贸 que el mundo estallaba en pedazos. Un orgasmo catacl铆smico la atraves贸, un tsunami de sensaciones que no ten铆a principio ni fin. Grit贸, un sonido largo y desgarrado que era pura animalidad, mientras su cuerpo se convulsionaba, agarrot谩ndose alrededor de 茅l, apret谩ndolo como un pu帽o, oblig谩ndolo a seguir movi茅ndose dentro de su contracciones interminables.
Leopoldo gru帽贸, sorprendido quiz谩s por la intensidad de su reacci贸n. Sinti贸 c贸mo ella se apretaba alrededor de 茅l, y eso fue lo 煤ltimo que pudo resistir. Con unas embestidas finales, profundas y posesivas, se hundi贸 hasta el fondo y se qued贸 quieto, liber谩ndose en ella con un rugido ahogado que era de triunfo absoluto.
Durante un largo minuto, no hubo m谩s sonido que el de su respiraci贸n jadeante, entrecortada, mezcl谩ndose en el aire cargado de la habitaci贸n. 脡l se apoy贸 sobre ella, su peso completo hundi茅ndola contra la pared, ambos empapados en sudor. Candela sent铆a las palpitaciones de 茅l dentro de s铆, la marca final de su posesi贸n. No hab铆a pensamientos, solo una blancura radiante, una paz agotada y completa. "Esta es la verdad. Esta es la libertad."
Finalmente, Leopoldo se separ贸 de ella con un movimiento lento. Candela se desliz贸 por la pared, las piernas incapaces de sostenerla, y cay贸 de rodillas en el suelo, jadeando, con la espalda apoyada contra la pared fr铆a. 脡l se ajust贸 la ropa, mir谩ndola desde arriba. Su expresi贸n era inescrutable, pero en sus ojos hab铆a un destello de algo que pod铆a ser respeto, o simplemente la satisfacci贸n de un trabajo bien hecho.
—Bueno —dijo, su voz regresando a su tono fr铆o y controlado—. Ahora s铆. Ahora aprendiste para que naciste puta.
Continuara...
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