Ser su Prostituta por una Noche - Parte Final.

 


El silencio en la habitaci贸n era pesado, cargado con el olor a sexo, sudor y cuero. Candela yac铆a en el suelo, arrodillada a煤n, con la espalda apoyada contra la pared fr铆a que hab铆a sido testigo de su quebrantamiento y su renacimiento. Cada jadeo que escapaba de sus labios hinchados era un eco de la violenta posesi贸n que acababa de experimentar. Sus m煤sculos temblaban con una fatiga profunda, pero una calma extra帽a, casi euf贸rica, se hab铆a apoderado de su mente. El dolor en sus nalgas y espalda era una brasa constante, un recordatorio puls谩til de las marcas que ahora llevaba, de las lecciones aprendidas a golpes. "Soy suya. Nada m谩s importa." El pensamiento era simple, puro, y la llenaba de una sensaci贸n de pertenencia que nunca antes hab铆a conocido. 


Leopoldo se hab铆a apartado, ajustando su ropa con esa precisi贸n meticulosa que nunca lo abandonaba. Su respiraci贸n se hab铆a calmado r谩pidamente, pero sus ojos, esos ojos que parec铆an verlo todo, no se despegaban de ella. La observaba como un escultor contempla su obra reci茅n terminada, evaluando cada l铆nea, cada curva, cada marca que sus manos —y su cintur贸n— hab铆an impreso en la arcilla de su cuerpo. No hab铆a compasi贸n en su mirada, sino una satisfacci贸n profunda y oscura. Candela, a煤n aturdida, se atrevi贸 a alzar la vista hacia 茅l. Sus ojos se encontraron, y en lugar de verg眉enza o miedo, lo que 茅l vio fue una pregunta silenciosa, una rendici贸n total que buscaba direcci贸n. 


—No te quedes ah铆 tirada como un trapo usado —dijo su voz, rompiendo el silencio sin alterar su tono bajo y dominante—. Sub铆 a la cama. Acostate boca arriba. Quiero verte. 


La orden era clara. Candela, con un esfuerzo que le hizo crujir cada m煤sculo, se puso de pie. Sus piernas flaquearon, pero se oblig贸 a mantenerse erguida. Camin贸 los pocos pasos hasta la cama redonda, sintiendo cada mirada de Leopoldo sobre su espalda marcada, sobre el leve temblor de sus muslos. Se tendi贸 sobre las s谩banas fr铆as y arrugadas, boca arriba, como 茅l hab铆a ordenado. Exponer su frente de esa manera, su pecho, su sexo, le produjo un nuevo escalofr铆o de vulnerabilidad. Cruz贸 los brazos instintivamente sobre el pecho, pero una mirada dura de Leopoldo le hizo bajarlos de inmediato, coloc谩ndolos a los costados, con las palmas hacia arriba, en un gesto de entrega total. 


脡l se acerc贸 a la cama, desabroch谩ndose de nuevo la camisa con movimientos lentos y deliberados. No hab铆a prisa en 茅l. Era como si el tiempo fuera un recurso infinito del que dispon铆a a su antojo. —Mir谩 —murmur贸, mientras dejaba caer la camisa al suelo y mostraba su torso, no particularmente atl茅tico pero s铆 fuerte, marcado por vellos grises y una autoridad que emanaba de cada poro—. Ac谩 no hay lugar para esconderse. Quiero ver esa carita cuando te vuelva a romper. 


Candela lo mir贸, hipnotizada. El miedo hab铆a sido reemplazado por una anticipaci贸n electrizante. Sab铆a lo que ven铆a. Y lo deseaba con una intensidad que la avergonzaba y la exaltaba por igual. Cuando Leopoldo se subi贸 a la cama y se coloc贸 sobre ella, apoy谩ndose en sus brazos para no aplastarla completamente, su peso fue una losa familiar y reconfortante. Su miembro, que ya estaba semi-erecto de nuevo, se pos贸 sobre su vientre, caliente y prometedor. 


Esta vez, la penetraci贸n fue diferente. No fue la embestida brutal contra la pared. Fue lenta, deliberada, insidiosa. 脡l gui贸 su miembro hacia su entrada, ya dolorida y excesivamente sensible, y comenz贸 a entrar cent铆metro a cent铆metro, mir谩ndola fijamente a los ojos. Candela sinti贸 cada mil铆metro de avance con una claridad agonizante. El estiramiento, la plenitud, la sensaci贸n de ser abierta y pose铆da de manera tan controlada era, de alguna manera, a煤n m谩s intensa que la violencia anterior. —Mir谩melo —le orden贸 茅l, su voz un susurro ronco—. Mir谩 c贸mo entro en vos. Mir谩 c贸mo te lleno. 


Ella obedeci贸, bajando la mirada hacia donde sus cuerpos se un铆an. Verlo, ver la parte m谩s 铆ntima de ella siendo invadida por 茅l, fue tan humillante como excitante. Un gemido largo le escap贸 de los labios. —Papi… —susurr贸, y su voz sonaba quebrada, llena de una adoraci贸n que no pretend铆a disimular. 


—Callate —cort贸 茅l, pero su tono no era furioso; era pedag贸gico—. Solo sent铆. Sent铆 lo que es tener un hombre de verdad adentro tuyo. No un nene. Un hombre que sabe lo que quiere y lo toma. 


Comenz贸 a moverse entonces, con un ritmo pausado pero profundamente efectivo. Cada embestida era calculada para alcanzar lo m谩s hondo de ella, para rozar ese punto que hac铆a que sus ojos se volvieran blancos. Sus manos no estaban quietas; recorr铆an su cuerpo como si estuviera reclamando cada cent铆metro. Pellizcaba sus pezones hasta hacerla gritar, acariciaba las marcas del cintur贸n en sus caderas, le agarraba la garganta sin llegar a ahogarla, solo para recordarle qui茅n ten铆a el control. —¿脡sto es lo que quer铆as, nena? —le preguntaba entre dientes, su aliento mezcl谩ndose con el de ella—. ¿脡sto es esa fantas铆a de putita que ten铆as en la cabecita? 


—¡S铆, papi! —gritaba ella, cada respuesta sincronizada con una embestida m谩s fuerte—. ¡Es esto! ¡Solo esto! 


La fue lenta, inexorable. Leopoldo la llevaba al borde una y otra vez, retir谩ndose en el 煤ltimo momento, prolongando la tortura deliciosa. La hac铆a suplicar, la humillaba con palabras que ahora sonaban a m煤sica en los o铆dos de Candela. —Pedilo bien. Pedime que te haga venir. 


—¡Por favor, papi! —gimi贸 ella, las l谩grimas de frustraci贸n y excitaci贸n corriendo por sus sienes—. ¡Hacerme venir, por favor! ¡Necesito venir! 


Solo entonces, con una sonrisa de triunfo cruel, permiti贸 que el orgasmo la golpeara. Fue menos violento que el primero, pero m谩s profundo, m谩s resonante. Un largo temblor que la recorri贸 de pies a cabeza, un suspiro interminable que parec铆a sacar toda el alma de su cuerpo. 脡l no vino con ella; se mantuvo ah铆, movi茅ndose dentro de sus contracciones, disfrutando del espect谩culo de su abandono total. 


Cuando los espasmos cesaron, 茅l se retir贸 de ella lentamente. Candela qued贸 tendida, exhausta, sintiendo c贸mo su cuerpo palpitaba al un铆sono con las marcas de la espalda. Pero Leopoldo no hab铆a terminado. La noche era joven, y su apetito, insaciable. La tom贸 de los hombros y la gir贸, poni茅ndola a gatas sobre la cama. —As铆 —gru帽贸—. Ahora de esta manera. Quiero ver esas marcas mientras te doy lo que te merec茅s. 


La penetraci贸n desde atr谩s fue a煤n m谩s profunda, m谩s animal. Candela apoy贸 la cabeza en los brazos, abandonada, ofreci茅ndole la vista de su espalda flagelada mientras 茅l la tomaba con una fuerza renovada. Esta vez no hubo demora, ni juegos. Fue puro instinto, pura dominaci贸n. 脡l le agarraba las caderas con fuerza, marc谩ndola con sus dedos, y la embest铆a con una cadencia que era a la vez ritmo y castigo. Los golpes de sus caderas contra sus nalgas lastimadas le arrancaban gritos que eran de dolor y de 茅xtasis en igual medida. —¡Sos m铆a! —rug铆a 茅l, cada palabra un impacto—. ¡Solo m铆a! ¡Una putita que aprendi贸 su lugar! 


Candela, en un 茅xtasis de sumisi贸n, repet铆a como un mantra —¡Tuya, papi! ¡Solo tuya! 


Fue en esta posici贸n, con su cuerpo usado y marcado completamente expuesto a 茅l, que Leopoldo encontr贸 su propio climax final. Con un gru帽ido gutural que son贸 a victoria final, se hundi贸 hasta el fondo y se qued贸 quieto, vaci谩ndose en ella con una intensidad que hizo que ambos se derrumbaran sobre la cama, exhaustos, cubiertos de sudor y de las pruebas de su encuentro. 


Leopoldo se retir贸 y se levant贸 sin una palabra, dirigi茅ndose al ba帽o. Candela no se movi贸. No pod铆a. Cada m煤sculo, cada nervio, cada cent铆metro de su piel gritaba de fatiga y de saturaci贸n sensorial. El mundo se desdibuj贸. Los sonidos del agua corriendo, los pasos de Leopoldo, todo se volvi贸 lejano, un eco apagado. Su respiraci贸n se fue haciendo m谩s lenta, m谩s profunda. El agotamiento extremo, mezclado con la liberaci贸n emocional masiva que hab铆a experimentado, la arrastr贸 hacia un sue帽o profundo e inmediato. Se durmi贸 ah铆 mismo, tendida sobre el desorden de las s谩banas, desnuda, marcada, y con una expresi贸n de paz absoluta en el rostro, como nunca antes hab铆a tenido. 


Cuando Leopoldo sali贸 del ba帽o, ya vestido de nuevo con su impecable austeridad, se detuvo al lado de la cama. Observ贸 a la chica dormida. Su mirada recorri贸 el paisaje que hab铆a creado: las l铆neas rojas y p煤rpuras que cruzaban su espalda y sus nalgas, las marcas de sus dedos en sus caderas, la hinchaz贸n de sus labios. Un destello de satisfacci贸n crueldad ilumin贸 sus ojos fr铆os. —S铆 —murmur贸 para s铆 mismo, en un susurro que no despertar铆a a la durmiente—. As铆 es como se hace. 


Le encantaba golpear a las prostitutas nuevas. No por sadismo vac铆o, sino por el placer de la pedagog铆a extrema. Era la forma de borrarles toda idea err贸nea, de quebrarles el esp铆ritu rebelde que a veces tra铆an, de hacerles entender, de la manera m谩s visceral posible, cu谩l era su verdadero lugar en el mundo que hab铆an elegido: de rodillas, marcadas, y agradecidas por quien les ense帽aba su prop贸sito. Candela hab铆a sido una alumna excepcional. Hab铆a entendido r谩pido. Y eso, para Leopoldo, era lo m谩s satisfactorio de todo. Dio una 煤ltima mirada a su obra, luego gir贸 sobre sus talones y sali贸 de la habitaci贸n, dejando a la chica durmiendo su sue帽o de sumisi贸n reci茅n descubierta. El port贸n del motel se cerr贸 detr谩s de 茅l con un sonido met谩lico y final. La lecci贸n hab铆a terminado.


El primer pensamiento de Candela al despertar no fue un pensamiento, sino una sensaci贸n: un dolor sordo y generalizado que envolv铆a su cuerpo como un manto pesado y punzante. No era el dolor agudo de la noche anterior, ese que estallaba en latigazos claros y definidos, sino una molestia profunda, muscular, 贸sea, que se quejaba con cada m铆nimo movimiento. Abri贸 los ojos con dificultad, las pesta帽as pegadas por las l谩grimas secas y el sue帽o pesado. La luz que se filtraba por los bordes de la persiana era gris, mortecina, anunciando un amanecer tard铆o o un d铆a nublado. No importaba. La habitaci贸n de motel estaba en silencio, un silencio denso y vac铆o que de pronto se hizo opresivo. 


"Estoy sola." 


La realizaci贸n la golpe贸 con la fuerza de un pu帽o en el est贸mago. Gir贸 la cabeza sobre la almohada, que ol铆a a sudor y a perfume barato, y escane贸 la habitaci贸n. Nada. Solo el desastre de la noche: las s谩banas enredadas y manchadas en el suelo, el cintur贸n de Leopoldo abandonado como un arma despu茅s de la batalla, el sobre con los billetes a煤n sobre la mesita de noche, un fetiche mudo de la transacci贸n. 脡l se hab铆a ido. Sin una palabra, sin un desayuno, sin un "hasta luego". Se hab铆a llevado su aura intimidante y hab铆a dejado atr谩s solo el eco de su dominio y el mapa de dolor que hab铆a pintado sobre su piel. 


Con un gemido que era mitad queja, mitad resignaci贸n, se sent贸 en la cama. El movimiento le hizo crujir cada m煤sculo. Un escozor agudo le recorri贸 la espalda al rozar las s谩banas 谩speras contra las marcas del cintur贸n. Baj贸 la mirada hacia su cuerpo. Sus senos estaban marcados con moretones en forma de dedos, sus caderas y muslos eran un paisaje de l铆neas rojizas y amoratadas que se oscurecer铆an en los pr贸ximos d铆as. Se toc贸 una de las marcas en el muslo con la yema de los dedos. El dolor fue inmediato, una punzada clara y n铆tida. Y entonces, algo dentro de ella se estremeci贸. No era un estremecimiento de rechazo. Era un escalofr铆o de reconocimiento. 


Se levant贸 con torpeza, como un animal reci茅n herido, y se dirigi贸 cojeando hacia el espejo del armario. Lo que vio reflejado le quit贸 el aliento. All铆 estaba ella, Candela, de veinti煤n a帽os, con el cabello negro enmara帽ado, los ojos hinchados, los labios partidos y ese cuerpo joven y esbelto transformado en un testimonio de violencia y sumisi贸n. Se gir贸 lentamente, con una macabra fascinaci贸n, para observar su espalda y sus nalgas en el reflejo. El espect谩culo era duro: la piel, antes p谩lida y suave, estaba cruzada por una red de verdugones elevados, algunos de ellos con peque帽os puntos de sangre seca en el centro. Era la imagen de una persona abusada, maltratada. Y sin embargo, mientras miraba fijamente, una sensaci贸n extra帽a comenz贸 a brotar en su pecho, caliente y confusa. 


No era orgullo. No era alegr铆a. Tampoco era solo verg眉enza. Era algo m谩s primitivo, m谩s visceral. Cada marca era un recuerdo. No solo del dolor, sino de la liberaci贸n que ese dolor hab铆a tra铆do. Record贸 la embestida final contra la pared, la manera en que el dolor se hab铆a fundido con el placer hasta volverse indistinguibles, la paz absoluta que hab铆a sentido al rendirse completamente. Se toc贸 otra marca, esta vez en la cadera, presionando con m谩s fuerza. El dolor fue m谩s intenso, y con 茅l, lleg贸 una humedad repentina entre sus piernas, una respuesta autom谩tica e innegable de su cuerpo. 


"Me encanta el dolor." 


El pensamiento surgi贸 claro, cristalino, como si siempre hubiera estado ah铆, esperando a ser formulado. No fue una revelaci贸n aterradora, sino la constataci贸n de un hecho simple, como darse cuenta de que le gustaba el sabor del caf茅 o el color azul. El dolor f铆sico, administrado por las manos duras y la voluntad f茅rrea de Leopoldo, hab铆a sido la llave que abri贸 una puerta que ella nunca se hab铆a atrevido a tocar. La humillaci贸n, las palabras soeces, la reducci贸n a un objeto… todo eso, que en la fr铆a luz de la ma帽ana deber铆a horrorizarla, la llenaba de una calma extra帽a y poderosa. Hab铆a cumplido su fantas铆a de ser prostituta por una noche, s铆. Pero hab铆a descubierto algo infinitamente m谩s profundo sobre s铆 misma: su masoquismo no era una perversi贸n, era su naturaleza m谩s aut茅ntica. 


Comenz贸 a vestirse con movimientos lentos, ritual铆sticos. Cada prenda que se pon铆a rozaba sus heridas, despertando ecos de la noche. La tanga negra, ahora rasgada y in煤til, la desech贸. Se puso la ropa interior de algod贸n simple que hab铆a tra铆do, y el roce de la tela contra sus nalgas magulladas le hizo contener el aliento. El vestido negro, ahora arrugado y con olor a sexo y cuero, se desliz贸 sobre su cuerpo como una segunda piel gastada. Al acomodarlo sobre sus hombros, sus dedos palparon las marcas 谩speras a trav茅s de la tela. Una sonrisa peque帽a, casi imperceptible, asom贸 en sus labios. Nadie m谩s lo sabr铆a, pero ella llevaba el secreto a la vista de todos. Un recordatorio constante de lo que era. 


Sali贸 del motel con la cabeza alta, a pesar de que cada paso le recordaba el uso que Leopoldo le hab铆a dado. El sobre con los mil d贸lares pesaba en su bolso como un ladrillo. No se sent铆a como un pago; se sent铆a como una reliquia, el primer artefacto de su nueva vida. Esa noche, en su departamento, se mir贸 al espejo de cuerpo entero otra vez. Las marcas estaban ah铆, m谩s oscuras, m谩s definidas. Se acarici贸 una, larga y cruz谩ndole toda la espalda, y sinti贸 el mismo estremecimiento de placer. "Soy masoquista." Lo dijo en voz alta, y la palabra ya no sonaba sucia, sino verdadera. 


La vida sigui贸. Candela volvi贸 a su rutina: a la facultad, a ver a sus amigas, a su familia. Sonre铆a, hablaba, viv铆a. Pero era como si llevara puestos unos anteojos nuevos que le permit铆an ver el mundo con una claridad diferente. La chica de antes, la que fantaseaba con ser prostituta por una noche, se hab铆a desvanecido. En su lugar estaba esta nueva versi贸n, m谩s serena, m谩s segura, que sab铆a un secreto monumental sobre s铆 misma. Y una semana despu茅s, como si 茅l lo supiera, como si pudiera sentir que ella estaba lista, lleg贸 el mensaje. No era una propuesta. Era una orden disfrazada de pregunta. —Motel. 21 hs. Mismo lugar. —firmado simplemente con una L. 


El coraz贸n le lati贸 con fuerza, no de miedo, sino de anticipaci贸n. Esa noche, no se visti贸 de negro. Se puso un vestido rojo, color sangre. Y cuando Leopoldo abri贸 la puerta del mismo cuarto de motel, ella entr贸 sin decir una palabra. 脡l la mir贸, evaluando, y sin pre谩mbulos le dio una nalgada fuerte, justo sobre una de las marcas casi curadas. Ella gimi贸, arque谩ndose hacia el contacto. 


—Volviste —dijo 茅l, sin sorpresa. 


—Nunca me fui —respondi贸 ella, y por primera vez, su voz no tembl贸. Son贸 firme, segura, como la de alguien que ha encontrado su lugar en el mundo. 


脡l sonri贸, una sonrisa rara y genuina. Esa noche, y todas las que siguieron, una vez por semana, Candela no cobr贸. El dinero qued贸 olvidado en el sobre de la primera vez, como una pieza de museo. Lo que ella recib铆a de Leopoldo no ten铆a precio: era la certeza de ser quebrantada y reconstruida a su imagen, era el dolor que la hac铆a sentir m谩s viva que nunca, era la humillaci贸n que la elevaba a un estado de gracia perverso. 脡l era su verdugo y su sacerdote, y ella, su m谩s devota y sumisa feligresa. Una puta que no cobraba, porque hab铆a descubierto que el verdadero pago era el placer de obedecer, de doler, y de, por fin, pertenecer. 


Fin. 

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